EN pocas provincias como la nuestra se desea fervientemente la llegada del otoño. Septiembre, quizás, nos regalará días de bonanza, sin levante y sin sudoración barata, aunque queden pocos días sofocantes, y sea un consuelo imaginar que quedan muchos meses para que vuelva el calor. Pero los sofocos no vienen solos. Nuestra querida crisis tampoco se ha ido de vacaciones, acostumbrada como está a ser fiel amiga de todos nosotros, y eso que, cada vez hay más argumentos para intentar una infidelidad y despedirnos de ella con un hasta nunca. No caerá esa breva y mucho nos tememos que seguiremos amancebados, porque ni los grandes de Europa ni los pequeños de nuestro país están haciendo demasiado para que se acabe ese idilio permanente en que se está convirtiendo este matrimonio de conveniencia. A cambio, este final de verano, nos está dejando repletos de incertidumbres sobre el futuro cercano. Que si investiduras, que si dudas sobre los partidos, y sobre todo, falta de confianza.

Menos mal que ya asoman los anuncios de coleccionables de todo tipo. Figuritas de plomo, aviones históricos, cajas de encajables y fascículos de inglés interactivo. Toda suerte de colecciones sin importancia que solucionan el ocio del otoño, aunque estaría bien coleccionables de los toda la vida pero con herramientas que nos faciliten el enfrentarnos al curso que empieza y poderlo así llevar un poco mejor que el anterior. Por cierto, que pensando en todo el mundo, a algunos de nuestros políticos, les vendrían bien coleccionables por entregas de algo tan maravilloso como estrategias para aprender a escuchar, o sobre la importancia de dialogar, empatizar y pensar en los demás, sobre los beneficios del trabajo en equipo, o sobre la resolución de problemas. Seguro que las editoriales harían el agosto en septiembre y a cambio, recibirían miles de premios del público en las miles de galas de las asociaciones de vecinos cabreados.