La carne picá era en el siglo pasado sinónimo de albóndigas. Las "arreondas" siempre han tenido cierta leyenda negra. Se hablaba de que en ellas se aprovechaba para meter la carne más chunga y algún que otro pitraco, pero a pesar de ello todos hemos pasado momentos memorables con ellas ya sea en sus variedades de en amarillo o metias en tomate. Mi madre las hacía de carne del puchero, con ajito, vino y perejil y yo me las comía sin meterlas en salsa ni ná…recién fritas. A alguien algún día se le ocurrió aplastar una albóndiga y surgió la hamburguesa. Tampoco tuvo la pobre una historia de mucho prestigio. Fue el símbolo de la comida rápida e incluso de la cocina basura y siempre se ha hablado que cierta multinacional del sector, con el objeto de abaratar costes, picaba hasta la dentadura de las vacas para hacerlas. Sin embargo, de un tiempo a estar parte, la hamburguesa se ha "aburguesado" y se está convirtiendo en un objeto de culto. De hecho se está viviendo en la provincia de Cádiz una verdadera explosión de locales en los que se anuncian carnés picas a cual de ellas con más glamour.

Ya no se hacen con mitad cochino y mitad ternera, ni se les mete un poquito de tocino sin entreverá para darle más jugo a la cosa. Ahora las hay de buey, de vaca vieja, de ternera de estas de nombre sofisticado…y la vegana…que eso es también digno de estudio, eso de no querer comer carne, pero imitar la carne. Advierto que está al llegar el jamón ibérico de berenjena, más que de cinco jotas, de cinco pepitas.

Reconozco que me gusta el guarrindongeo de comerme una buena hamburguesa. Recupera mi gen troglodita, ese que aparece los viernes por la noche, porque las hamburguesas, las pizzas, el "chuchi" y hasta el arroz tres delicias, siempre han sido comida de viernes noche, como si empezara la liberación pero por el estómago. Es divertido eso de mancharse las manos con esa mezcla indefinible de kepchupt, mostaza y mayonesa que se arrejunta con el queso fundido, el bacon subidito de grasa…y el tomate y la cebolla…para disimular.

La hamburguesas de estos nuevos locales valen la pena. Se cuida el pan, que ya no es esa cosa como de yeso en estado semisólido que te ponían en los Masmonas esos. En muchos de ellos se cuidan las salsas y la carne es realmente exquisita. Muero, sobre todo, cuando te ponen, como guarnición, unos boniatos fritos y aliñados con especias, otro pobre mío de la posguerra convertido en glamuroso. Pero lo que más valoro de estos sitios es que algunos de ellos están empezando también a servirlas con papas fritas de verdad, nada de congelatis. Si alguno de ellos hace la hamburguesa de menudo…ese sitio me habrá ganado para siempre.

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