Hablando en el desierto

Los gobiernos

Los gobiernos son víctimas también de las ideologías de las bicicletas

D style="text-transform:uppercase">ecía François Revel, de quien tanto hemos aprendido, que el mejor gobierno es el que no se nota, da pocas y buenas leyes para que los ciudadanos se entiendan entre sí y lleven adelante sus negocios, corrige los excesos propios de los negociantes y vigila a quienes quieran saltarse las leyes. Hay leyes universales comunes a todos los países, civilizados o no: no matar, por ejemplo, a tus compatriotas, solo al enemigo o en defensa propia, que viene a ser lo mismo. El exceso de leyes merma la justicia. Estábamos sin Gobierno y no se notaba, como en los tiempos más estables de la monarquía. Fernando VI, ya tocado de melancolía como su padre, quedó viudo de Bárbara de Braganza y se fue a meditar su infortunio al Pardo, donde se dejó llevar por pensamientos sombríos de rey, que no deben ser distintos de los de cualquiera. Las instituciones siguieron funcionando y no se notaba que el soberano estaba enfermo de melancolía. Si no fuera por el blablablá de los comentaristas y las ambiciones de la oposición, tampoco nos habríamos enterado de que teníamos un gobierno en funciones. Los gobiernos deberían ser poderes mediadores en los conflictos, correctores de abusos o niveladores de desequilibrios, pero poco más.

Dejar casi todos los servicios en manos privadas, porque funcionan mejor, y el monopolio de la violencia para evitar la violencia, son prerrogativas de los gobiernos democráticos y civilizados, no habrá que glosar algo tan simple y sabido. El problema, si es que lo es, aparece cuando se les da ideología a asuntos que no la tienen. Un gobierno municipal se ve obligado a trazar un carril-bici en el momento en el que una minoría decide que las bicicletas son progresistas de izquierda. La mayor parte de la población se pregunta qué falta hace un carril de bicicletas invadiendo las aceras y atropellando ancianas. No pregunte: es la ideología. El aborto y el cambio de sexo también han advenido a la ideología. Pero, cosa curiosa, las dentaduras y las gafas, tan necesarias ambas, no tienen ideología, así que podemos organizar una manifestación de izquierda para cambiarnos de sexo y seguir comiendo puré de aguacate. No culpo a los gobiernos. Ellos ceden a las presiones de las minorías minúsculas en cuestiones que ni siquiera les dan popularidad, y deben gastarse un dinero que emplearían en proyectos que les harían ganar unas elecciones. Los gobiernos son víctimas también de la ideología de las bicicletas y del cambio de sexo, que no inspiran sino indiferencia en la inmensa mayoría de la población. Cuánto mejor pagarle las gafas a un anciano para que vea la belleza humana por la calle, y una dentadura, para morder pieles de melocotón, y quién sabe si con estas tentaciones se decide a cambiar de sexo.

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