Crónica levantisca

juan Manuel / marqués Perales

Las tres haches

HAY tres condiciones que debe cumplir todo periodista, y las tres comienzan por hache. Humildad, la primera; humildad, la segunda, y humildad, la tercera. Y, si se puede, buena salud. Vestido con un chaleco gris, que debía colgar en su despacho porque siempre era el mismo, y cargado con dos paquetes de tabaco a modo de cartucheras, Jesús de la Serna impartía pocos consejos morales, quizás sólo éste de las tres haches, aunque sus clases correspondían a las de un verdadero maestro. El título de maestro de periodistas se lo han atribuido en España verdaderos canallas, vedettes con pluma y estilográfica y mercenarios del poder. Nieto de Concha Espina e hijo de Víctor de la Serna, padre y esposo de periodistas, estudió lo que él consideraba un oficio en la Escuela Oficial de Periodismo, donde compartió enseñanzas con Federico Joly Höhr, con quien además participaba de un respeto reverencial por la lengua escrita, la lectura y el papel.

Un oficio, eso es, como el de carpintero, de los que sólo se aprende con la experiencia. Sí, como el de carpintero, ése es el que citaba para bajar los humos de tanto justiciero: un poco de humildad, como el que debería guardar toda profesión a la que la sociedad les ha cedido tanto poder, ya sea la de periodistas, juez o político. Si el foco de las cámaras nubla el juicio del juez y la soberbia enloquece a los políticos, al periodista le pierde su afán por considerarse el actor principal del relato.

Jesús de la Serna, que dirigió Informaciones y ocupó puestos de responsabilidad en El País, sentía un especial respeto por el periodismo local. Fue en Pueblo donde bordó un periodismo popular, vayan a las hemerotecas y léanlo, palabras precisas, la seducción del titular, la crónica como reina de los géneros y la corresponsalía, el único exilio realmente reconfortante. El marino de estudios, como buen cántabro, y periodista de oficio falleció a los 87 años en su casa de Madrid, donde vivió el último año enchufado a un aparato de oxígeno que intentaba paliar los excesos de los periódicos donde se fumaba, se bebía y se gritaba. "¿Por qué no se grita ahora en las redacciones? Parecen cementerios", observaba a los nuevos periodistas con la curiosidad del entomólogo.

Socarrón, nunca aceptó el título de maestro, aunque se lo había ganado durante su vida. "Maestro serás tú", contestaba, tal como si fuese un jerezano que, por motivos taurinos, también reniega del título. Pues eso, y con perdón: el maestro lo eras tú.

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