La herejía como dogma

De la teología, pues, depende toda la organización social, como sabían bien los hombres de los tiempos liminares

Ya desde la solapa sostiene el autor que "hay formas correctas de estar y actuar en el mundo, otras que lo son menos y otras que no lo son en absoluto" y, con el apoyo de C.S. Lewis, que es muy necesario saber y defender que "ciertas actitudes son realmente verdaderas y otras realmente falsas". En consecuencia, tenemos derecho a conocer la verdad -y el deber de intentarlo, añadiría yo-, pues que no todo vale.

Saludemos la aparición del libro del que esta columna ha tomado título, escrito por Macario Valpuesta, doctor en Filología Clásica y Derecho, largos años catedrático de Latín en diversos institutos, profesor de Derecho Romano en la Olavide, ensayista y novelista, nieto, por cierto, del que fuera inolvidable director del Archivo de Indias don Cristóbal Bermúdez Plata. Esta Historia apologética de Occidente, como reza su subtítulo, prologada por Jaime Mayor Oreja, nos plantea un apasionante, sabio y razonado recorrido histórico-filosófico desde la Reforma protestante a nuestros días postmodernos. Entiende necesario el profesor Valpuesta remontarse a los momentos en que cobraron realidad histórica las desviaciones ideológicas y las herejías que acabaron arruinando el concepto mismo de Cristiandad para ir siguiendo desde entonces la deriva hasta el nihilismo relativista de hoy. Es posible que la ola de apostasía e indiferencia que actualmente sacude al catolicismo tenga también que ver con el abandono de la apologética, rama de la teología que se propone la defensa del dogma y de la Iglesia con las armas de la razón, hoy desprestigiada y confundida malamente con el mero y acrítico panegírico. Y es que, como apunta el filósofo del Derecho Francisco José Contreras sobre este libro, "las aberraciones sociales y políticas derivan de una antropología incorrecta. Y una antropología incorrecta deriva de una teología incorrecta". De la teología, pues, depende toda la organización social, como sabían bien los hombres de los tiempos liminares, bañados en luz de amanecida.

Una inopinada carambola política ha llevado a Macario Valpuesta en estos días a un escaño en el Parlamento andaluz. Es regocijante y hasta edificante que otro Macario, y además latinista, siente cátedra en ese senado y labore, tan cerca del arco macareno, por un nuevo hortus conclusus. No llega falto de bagaje el novel diputado sevillano de Vox, y es de esperar que desde ahí favorezca que, si no la verdad, al menos algunas verdades necesarias sean defendidas y promovidas en bien de todos.

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