Un hombre solo

El comportamiento de los mossos, el 20 de septiembre, no era el modo de garantizar que el asunto no se desmadrara

El señor Trapero es un hombre solo. Lejana ya la épica del 1-O, el señor Trapero hoy se nos presenta como un espectador remiso de aquellos hechos, a los que califica de "barbaridad", mientras justifica su actuación, al mando de los Mossos, durante el happening del 20-S, como una forma de evitar que la cosa fuera a mayores. Lógicamente, el señor Trapero está en su derecho de actuar así y de ofrecerse como una víctima del procés, arrollada por los acontecimientos. Esto es lo bueno de que el Estado opresor resulte ser una democracia: te oprime y te oprime, pero siempre conforme a la ley y garantizando escrupulosamente tu defensa. No obstante, hay una cuestión, de orden conceptual, que acaso se le haya pasado a don Josep Lluis Trapero. El comportamiento de los Mossos, el 20 de septiembre, no era el modo de garantizar que el asunto no se desmadrada. Al contrario, su actuación era el asunto mismo, de tal forma que ponía a los representantes de la ley fuera de ella.

Como digo, el señor Trapero, ya sin barba y sin el apoyo del señor Puigdemont, hoy turista centroeuropeo, ha culpado de todo a la Guardia Civil, a quien acusa de no haberle avisado de sus actuaciones. Esto podrá ser cierto o no -lo de la comunicación entre cuerpos-, pero a la vista de las numerosas imágenes que conocemos de aquellos sucesos, no parece que los Mossos tuvieran muchas ganas de comunicarse con los agentes de la Benemérita, y sí de entorpecer cualquier acatamiento de las leyes que aquel día, y los siguientes, hasta llegar a la epifanía del 1-O, se ignoraron y vulneraron de modo expreso. ¿Comprenderá el señor Trapero, en su estrenada soledad, que un comportamiento similar costó numerosas vidas en el año 34? ¿Sabrá ya el señor Trapero que lo que se escapó de las manos fue el propio señor Trapero, al mando de un cuerpo cuya actuación, cuya deslealtad, pudo haber ocasionado un enfrentamiento armado?

Ahora que el señor Junqueras, arrellanado en su celda, ha descubierto los placeres de maldecir como "un desvergonzado jifero" (Torres y Villarroel), quizá se ponga él mismo al frente de los Mossos cuando llegue a presidente de la Generalitat, aupado por don Pedro Sánchez. Con un tono marcial y poseído por los dioses de la catalanidad más pura, don Oriol tal vez quiera obsequiarnos con otro episodio nacional de gloria inmarchitable. Entonces, don Oriol, las armas y las letras, altivo fray Gerundio, Trapero en avant-garde, habrá llegado a una impensada cima.

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