RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

11-M, hoy

HACE ocho años Madrid se quedó en silencio. Era un silencio físico, era un silencio espeso, atronador. Madrid es la ciudad española con más vida, con más fiesta constante, con más ritmo. A falta de Manhattan por aquí, Madrid sigue siendo, todavía, una ciudad que se resiste a dormir, que apura el último brindis hasta el amanecer. Aquella mañana, y también las siguientes, Madrid se quedó callada. Enmudecida. Rota. Incluso al día siguiente, ibas al metro y estaba completamente desierto. Casi daba miedo subirse en un vagón, esperar a que se cerraran las puertas, ir metódicamente atravesando estaciones entre Ríos Rosas y Sol. Todo el día sentado frente al televisor. Todo el día sin salir de casa: todo el día con miedo a salir de casa, porque no se sabía si habría más ataques ni por dónde vendrían. Todo el día esperando que el último amigo que no te había contestado todavía al teléfono enviara un sms diciendo que estaba bien. Eso fue Madrid el 11-M, en su versión ligera. Luego, estaban los andenes retorcidos, abrasados, convertidos en una inmolación. Luego, permanecer en Madrid, seguirla amando, esperar a que el brillo y el fulgor volvieran a tensar el brío de las plazas. Poco después, la vida.

Veo con dolor en las noticias que las asociaciones de víctimas siguen enfrentadas, incluso, este último 11-M. Veo que se sigue alimentando la teoría de la conspiración: conspiración, ¿de quién? El terrorismo radical islámico, con Ben Laden a la cabeza, ya reivindicó el atentado, igual que en Nueva York y en Londres. Sin embargo, ni en Londres ni en Nueva York he visto a nadie tratando de alimentar una especie de teoría de la conspiración interna. Ni siquiera a Bush se le ocurrió. Aquí, en cambio, a pesar de la instrucción del juicio y de la sentencia judicial, el caso sigue "más abierto que nunca", como ha manifestado la presidenta de la Asociación Víctimas del Terrorismo, Ángeles Pedraza. O sea, que en Estados Unidos y en Reino Unido todos se unieron en torno al duelo clamoroso, enterraron a los muertos y trataron de reforzar sus sistemas internos de seguridad. Pero en España no. Porque somos distintos. En España nos ponemos las bombas a nosotros mismos: pero con una carga retardada, que es dolor más vivo después de tanto tiempo, con unas víctimas divididas por el banderío político.

No me ha gustado ver a Alberto Ruiz-Gallardón y a Ana Botella con Ángeles Pedraza, mientras dejaban sola a la asociación de Pilar Manjón, marcando aún más esa brecha social desde el Ministerio de Justicia. Lo pasado, pasado está, incluyendo el barro espurio de las conspiraciones, con su causa política, que ha sido la mayor victoria del terrorismo islámico: avivar las divisiones patrias. Este Gobierno lo es de todos los españoles y de todas las víctimas.

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