Alberto Núñez Seoane

De la hoz al martillo (I)

Cuando sabes que la democracia no te va a dar el poder, tienes que conseguirlo por otros medios. Lo que tienes claro es que no vas a renunciar a lo único que te importa; utilizarás los medios que estén a tu alcance, los que sean, para alcanzar, y justificar, el fin que persigues. Lo demás no importa, o importa muy poco.

En un sistema político libre, basado en la democracia y protegido por alianzas internacionales con otros países que gozan del mismo estatus, el modo de llegar al poder y permanecer en él el tiempo que las leyes lo permitan, es consiguiendo la confianza de los ciudadanos: ganando elecciones. Pero en la Europa de nuestros días, cada vez es más difícil lograr mayorías absolutas; se impone la fragmentación de los Parlamentos, en los que la diversidad de formaciones es muy amplia. Además, tras el horror de la Segunda Guerra Mundial, causado por los nazis, y el espanto que le siguió, durante muchos años más, en todos los países que quedaron bajo la tiranía comunista de Stalin y sus sucesores; Europa no está, no debería estar, para confiar ni en unos ni en otros. Salvo algunos chalados peligrosos que suspiran por la esvástica o añoran “la hoz y el martillo”, la inmensa mayoría sabemos bien que esas basuras, las dos, no traen más que sudor, lágrimas y sangre, para nosotros, y riqueza, privilegios y poder, para ellos.

En España, hoy, tenemos la fatal desgracia de tener en el poder a un buen manojo de esos que se llaman “comunistas”, y a un puñado de socialistas que los consienten. Las consecuencias las vamos a pagar todos, y muy caro.

Lo primero, para alcanzar la meta, es pervertir el sistema: si no se cambia este, no se consigue aquella. Para lograrlo sólo hay dos opciones: las armas –de momento, inviable- o el desorden institucional, profundo y persistente: el caos.

Para ejecutar el plan, hay que comenzar por dar protagonismo, apoyo, respaldo y el máximo de recursos estatales, a todos los grupos, asociaciones o partidos contrarios a la unidad y la estabilidad del país: anarquistas, nacionalistas, independentistas o terroristas más o menos maquillados. Su presencia, tóxica, en las instituciones y su participación en la toma de decisiones que afectarán a todos, hará de las calles un hervidero, de la convivencia una ilusión y de las leyes un absoluto cachondeo.

Luego hay que subvencionar, para tener bien nutrido el pesebre, a toda la caterva de parásitos, incapaces de dar palo al agua, adictos al dinero público fácil -regalado a cambio de su apoyo borreguil-, transmisores de consignas populistas, reventadores de libertades ajenas, voceadores de patrañas; sanguijuelas, todas, inútiles y nocivas: supuestas ONG “solidarias”, enloquecidas feminazis maniaco-obsesivas, pretendidos “rescatadores” de inmigrantes ilegales, animalistas descerebrados y fanáticos, supuestos “sindicalistas”, o múltiples asociaciones “ecofascistas”. Se encargarán de “calentar” las calles, contaminar la opinión pública, perseguir la libertad de prensa, acosar a los disidentes y reventar derechos de los que no les estorbamos.El siguiente paso es socavar el Poder Judicial.

Se vacían muchas leyes de su contenido, al impedir que se cumplan sentencias dictadas contrarias al “régimen”; se cuestiona la independencia de jueces no afines a la “causa”, dificultando su carrera y su ascenso en el escalafón; se conceden indultos con criterios nepotistas, se aplican concesiones penitenciarias por puro capricho o interés, cayendo en la parcialidad más aberrante; se permiten agravios comparativos que superan, en mucho, lo repugnante: políticos aforados, delitos insignificantes –robar comida en un supermercado- con penas de muchos años de cárcel, delitos gravísimos –intento de golpe de Estado- que acaban en el limbo… Jueces “domesticados”… “rancho libre” para los sátrapas; Poder Judicial contaminado… desmadre constitucional asegurado. Luego, los mamarrachos de turno, engolados como pavos reales al estilo Maduro, lo “vestirán” todo de una “legalidad” no apta ni para limpiarse el culo con la mínima dignidad –perdón por la vulgaridad, pero he de escribirlo así-.

“Acondicionar” las altas Instituciones del Estado al gusto y perversión de los dictadorzuelos en prácticas, colocando títeres afines –valgan o no valgan para el alto cargo que se les va a regalar- que se limiten a hacer lo que se les manda. Acallar, con todo tipo de descalificaciones, injurias y calumnias cualquier voz que delate los atropellos que se están cometiendo, tachando al “rebelde” de, antes que nada, fascista; enemigo del progreso, carca, xenófobo y ¿por qué no? machista, después. Son los pasos a seguir en la escalera de abominaciones necesaria para llevarnos a todos al “1984” que “ellos” anhelan. (Continúa)

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