TIENE QUE LLOVER

Antonio Reyes

Algo huele mal

"LA palabra mileurista no está en el diccionario". Así de taxativo y claro, cuando se busca esta palabra, es el Diccionario de la Real Academia Española. Y es que a la lengua le pasa lo mismo que a la política: la norma va siempre por detrás de la realidad que se vive en la calle, como dijera Adolfo Suárez en su discurso cuando la legalización del PCE en 1977.

Hay palabras que tienen ADN, es decir, registro etimológico o cromosómico. Son las que están el diccionario. Otras, en cambio, pueden tardar años hasta ser recogidas, y por tanto fosilizadas, en sus páginas. Es lo que le ocurre a este nuevo concepto. Y eso a pesar de que, según los datos del Ministerio de Hacienda, en España existen en estos momentos más de 11 millones de trabajadores, casi el 60% de los asalariados, que tienen un sueldo mensual no superior a 1.100 euros, o sea, que son unos mileuristas. Por tanto, existir, existen, además a mansalva, aunque lingüísticamente sean ignorados.

Entre nosotros, en Andalucía, siete de cada diez trabajadores cuelgan de sus solapas tan desconocida acepción lingüística. En esto, como en otras muchas cosas, somos las primera Comunidad Autónoma en términos absolutos: tenemos casi 3,5 millones de mileuristas.

Pero sobre todo, lo que me llama la atención es el hecho de que la evolución y el resultado de la denominada "sociedad del bienestar", de una sociedad supuestamente desarrollada y repleta de servicios, haya sido el nacimiento de una nueva generación que se caracteriza, fundamentalmente, por hacer filigranas para llegar a fin de mes. Vivimos, pues, un orden social dominado por el consumo, por las compras desaforadas, por la creación de necesidades innecesarias, en el que más de la mitad de la población malvive a base de salarios escasitos y abundantes créditos. Como diría un castizo, ¡vaya mojón de sociedad que hemos creado!

Y es que existe un tufo maloliente generalizado, sin duda propiciado por el tipo de sociedad injusta en que la vivimos. Como indica un estudio que será publicado en otoño, The Big Necessity, unos 2.600 millones de personas en el mundo conviven con sus propios excrementos al no poseer ningún sistema de saneamiento. Es decir, cuatro de cada diez personas carecen de un derecho tan elemental como tener un váter: están condenadas a cohabitar con sus propias pestilencias.

En definitiva, y sin ánimo de ponerme trascendente ahora que comienza el otoño y la economía internacional parece que empieza remontar, no sería este un mal momento para reflexionar sobre un sistema social arbitrario que condena a la mayoría de sus miembros a vivir o a malvivir en la miseria. Ya lo dijo Vespasiano, Pecunia non olet. Y es verdad, el dinero no huele. Lo que huele, y muy mal por cierto, es el sistema sobre el que se asienta, orientado exclusivamente al bienestar y a la riqueza de una parte ínfima de la población. El resto, ya se sabe: a intentar llegar a fin de mes con mil euritos o a bajarse los pantalones en cualquier cuneta. Lo dicho, ¡una mierda!

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