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HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Las ideas del océano

El día dedicado a los océanos, que es hoy, nos trae sugerencias a su favor. Hasta que averigüemos las intenciones, las jornadas institucionales las recibiremos con reservas, porque rara vez no es una contaminación de la casi extinta izquierda en los organismos internacionales. Siempre pasó con las ideas políticas, un reflejo prosaico de las artísticas: el destino de cualquier pensamiento avanzado y conveniente para la sociedad en un momento determinado, es dejar de avanzar e instalarse en el poder con la intención de perpetuarse, por el error, muy humano, de que ya no se puede pensar de mejor manera. Así, vemos cómo se construían iglesias góticas en pleno triunfo del Renacimiento, o que en el momento mejor del Romanticismo se escribieran poemas neoclásicos, o que en el segundo decenio del siglo XXI haya gente que dice ser de izquierda e incluso se lo cree. Quizá deba ser así para que el progreso sea lento y conservador y no coja carrerilla para tribulación de las almas.

La anterior digresión no lo es tanto: en ciencia el hombre avanza relativamente rápido, pero en ideas políticas tiende a retrancarse. Una jornada de Naciones Unidas tiene que tener por deformación algo progre y no es inteligente ver el mar a través de cristales esmerilados. Los océanos son tan grandes y dan tanto de sí, tienen tal belleza y significan tanto para la humanidad, que los adoraremos sin prédica oficial. No vamos a decir nada de la importancia del agua como origen de la vida porque todo el mundo lo sabe, pero sí como origen del progreso, del verdadero. En los océanos se ven, más a las claras que en la tierra, las leyes físicas que nos rigen, y comprendemos la insensatez de insistir en cambiarlas con leyes humanas inspiradas en ideologías enloquecidas. ¡También es de derecha el mar!, diremos recordando a Paul Valéry.

El progreso está supeditado al conocimiento del hombre de sí mismo y de su entorno. Sin el primero no hay segundo. Nuestro antepasado remoto que veía salir y ponerse el sol en tierra, no tenía más que ponerse en camino impulsado por la curiosidad para desentrañar el misterio. Si lo veía salir del mar o ponerse era una aventura arriesgada hacer lo propio, pero la curiosidad natural humana pobló todas las islas habitables de la Polinesia. Un progreso. Servía para condenar subversivos: alguien pretendía desordenar las leyes naturales que servían para la supervivencia de los pueblos con ideas políticas estrambóticas, se le ponía en una balsa con agua y una caña de pescar y se le condenaba al destierro. Otro progreso. El océano mira con desprecio a quienes hacen causa, por ejemplo, del hundimiento de un petrolero, una mota en su grandiosidad. Lo toma como una falta de respeto de la audacia de los ignorantes a su alto destino, un insulto de quienes lo defienden por un provecho político y no por el mar mismo.

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