Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

NO puedo aunque bien quisiera, estimado lector, eximirle de otra columna sobre las elecciones catalanas y sus consecuencias, aunque tal vez usted haría muy bien en decir "hasta aquí llegué" y dejarme con la palabra en la boca. Lo comprendería.

Pero es que entre tantas y tan sabias opiniones de encumbrados comentaristas no veo reflejadas dos enseñanzas del 27-S que muchos españoles de a pie, me parece, hemos captado de inmediato. La primera es que después de más de treinta años de abandono de sus responsabilidades por parte del Estado, una buena mitad de los catalanes siguen más o menos apegados a su condición de españoles. Sobre esa base, y a no ser que se desee que cada pocos años España entera se vea sometida a las terribles e insostenibles tensiones en las que el separatismo catalán se ha convertido en maestro, sería muy deseable que el Gobierno de la nación, sea del signo que fuere, se tomase muy en serio la tarea de recuperar la acción y la misión del Estado en Cataluña. Ya sabemos que una mayoría suficiente de catalanes no la vería con desagrado, y que muchos la apoyarían si llegara a producirse. Una tarea que no tiene que ver siempre y necesariamente con temas económicos o de orden público -en su versión fundamental de cumplimiento de la ley-, también y sobre todo ahora con la cultura, con la educación y sus contenidos, además de con la defensa del español en la escuela. En definitiva, una amplia y sostenida operación de rescate de las convicciones y los sentimientos que hacen posible hoy y en todas partes los proyectos comunes que dan vida a las naciones, aunque éstas hayan sido forjada por siglos de historia.

En segundo lugar, es imprescindible que esa tarea, aunque apoyada desde el resto de la nación, sea competencia primordial de los propios catalanes que permanecen adheridos a España. Resulta esencial que quienes han visto tan cerca la orejas del lobo, sean conscientes de que pasaron los tiempos en que podían dejar hacer a sus enemigos en la certeza de que nunca serían lo bastante fuertes y osados como para llegar hasta el final. Lo son. Y ahora les toca a ellos, que todavía pueden plantar cara, hacerlo cargados de razón: en el terreno de la política, de la acción cultural, en la universidad, en la fábrica, en la escuela o en la parroquia. Estamos, tal vez, ante la última oportunidad de recrear el alma española de Cataluña.

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