Pablo Iglesias se ha levantado a sí mismo las prohibiciones que se puso él mismo de no cobrar más de tres salarios mínimos y de limitar los mandatos. Por supuesto, los militantes se lo han aprobado todo entusiasmados y con una mayoría de votos búlgara del 90% y más allá

Mi dificultad para comentar esto estriba en que yo estoy a favor de los buenos sueldos, siempre que se ganen honradamente; y he dedicado varios artículos contra la limitación de mandatos, porque es quitarle poder a los votantes, que deberían poder elegir o no a quien quieran. Tenemos tanta necesidad de políticos buenos que no sería plan de ponerles fecha de caducidad. Por otra parte, la limitación significaría el fomento de las puertas giratorias.

No el fondo, pues, pero la forma de lo de Pablo Iglesias sí merece una crítica. ¿Porque nos vendría muy bien que caducase cuanto antes? Sí, pero no. Lo que me parece preocupante es esta costumbre de nuestros gobernantes de prometer una cosa y acto seguido actuar completamente al contrario, con el aplauso imperturbable de los afiliados y simpatizantes, a los que todo parece entusiasmar: chalets, cargos vitalicios, sueldos de la casta, etc.

La situación recuerda de forma inquietante a la novela de George Orwell Revolución en la granja. Los líderes comunistas, que en la granja eran, con perdón, los cerdos, enseguida acaparan la leche de las vacas, toda para ellos; y luego van cambiando las normas que se dieron para acomodarse a la nueva normalidad; hasta que, de pronto, aparece una corrección en el mural que recogía los principios sagrados de la revolución. Donde decía que "Todos los animales son iguales", apareció una aclaración: "pero unos más iguales que otros".

Pablo Iglesias es tan igualitario que es el más igual de todos, como vamos viendo -al menos los lectores de Orwell- con un estremecimiento. Pedro Sánchez ha encontrado la horma de su zapato, y competirá con Pablo a ver quién es el animal (con perdón) más igual de los dos. Lo que vuelve (ya digo que esto es estremecedor) a traernos el recuerdo de Revolución en la granja, donde al final los líderes, esto es, los cerdos, con perdón, no terminan en las mejores relaciones, que digamos.

Con el estado de alarma, mucha gente se está acordando de la otra novela de Orwell, la distopía 1984 y su Gran Hermano. Pero cuidado, que la granja gana enteros para convertirse en la fábula por defecto de este tiempo.

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