Hace unos días, el Parlamento francés adoptó, de manera definitiva, la prohibición de los teléfonos móviles en sus centros de educación primaria y secundaria, cumpliendo así Emmanuel Macron una promesa de su campaña presidencial.

Por lo visto, existen lugares en el mundo donde las promesas de los políticos se cumplen.

Pero claro, se trata de Francia, un país que en este tema de los teléfonos y la educación lleva camino andado, puesto que ya en el año 2010 prohibió el uso de los móviles dentro de clase. Ahora, la prohibición se extiende a todo el periodo escolar, es decir, a todo el tiempo que el alumno permanezca en el centro educativo. Como maestro de escuela que soy, aplaudo esta ley y miro con envidia al país vecino, sabiendo que aquí esa prohibición sería imposible, ya que nuestro sistema educativo permite que tengamos -en un porcentaje cada vez más alto-, un alumnado en un estado de sobreprotección gracias a esos padres que tienen la sartén por el mango. Y la tienen porque los profesores hemos perdido autoridad social, la administración no quiere polémicas ni campañas mediáticas y porque la relación escuela-padres cada vez está más deteriorada. No se aconseja restringir el uso del móvil porque sí, sino más bien porque un exceso de tiempo con estas maquinas genera problemas de atención, de concentración, de dispersión… además de ser una actividad que se vuelve adictiva y puede ser el germen de problemas emocionales y de salud, sobre todo de obesidad. Pero claro, ¿cómo se le explica estos factores a esos padres que tienen a sus hijos metidos en una "urnita de cristal" y que les conceden todos los caprichos habidos y por haber, en especial el uso y disfrute del móvil para dejar claro que son 'buenos padres'?

En Francia no están demonizando la tecnología, sino conviviendo con ella...¿Seríamos capaces de hacerlo nosotros?

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