CATAVINO DE PAPEL

Manuel Ríos Ruiz

De la independencia o soledad del instinto

HEMOS recibido un correo electrónico invitándonos a formar parte de un grupo de personas políticamente independientes. Naturalmente hemos eliminado inmediatamente el mensaje, porque quien se agrupa deja de ser independiente. Y es que en ese momento recordamos lo que nos dejó advertido Amado Nervo, que aunque era poeta también filosofaba en sus ratos de ocio atento. Nos ha dejado dicho que un espíritu moderno no puede ser neutral en ninguna contienda del mundo, pues el hombre debe considerar que todo problema es lo que su nombre indica. De ahí que quien no se implica en los rumbos colectivos y sus exigencias de atención, es una especie de homo sapiens primitivo.

Ahora bien, debemos considerar que una cosa es la neutralidad y otra la independencia. Y no estamos descubriendo ningún mediterráneo, ni dilucidando entelequia alguna. Veamos primero que entendemos por independencia. Creemos que la independencia es una especie de soledad del instinto. Y desde tamaña premisa, es precisamente la independencia, si es auténticamente sentida, el estado anímico que permite ejercer la neutralidad, haciéndolo como quien aplica la ley más natural que pueda concebirse, la ley propia de una manera de ser. Sí así es, cuando el carácter independiente de un hombre radique en saber y poder bastarse por sí mismo para entender toda cuestión, acaecer o circunstancia.

Mas en la actualidad sentirse y ser independiente es una tarea que, posiblemente, muy pocos mantienen con todas sus consecuencias. ¿Por qué? Porque la vida moderna, el engranaje de su transcurrir está proyectado a pasos y resortes de colectivos políticos, profesionales, raciales, incluso por redes sociales de Internet, de múltiples clases y consignas. Y quien no se encuadra en algunas de estas digamos cofradías, mayormente materialistas, se convierte en un desplazado, que ha de aferrase a una opción personal, íntima, sin apoyo generalmente de nadie en absoluto. Lo cual supone vivir atravesando la selva de opiniones en solitario casi siempre.

Al llegar a esta conclusión, cabe recordar una máxima que dice: "No parece que la naturaleza haya hecho a los hombres para la independencia". No obstante, a todo aquel que se sienta independiente y además aspire con agallas a seguir siéndolo, hay que recomendarle los versos siguientes: "El mundo no tiene nada que dar,/ de nuestro yo deben fluir nuestras dichas". Sí, hay que persistir en vigorizar la personal independencia y conseguir ser neutral cuando se estime conveniente. Finalmente, he aquí unas palabras escritas por el loco suicida Angel Ganivet: "La ciencia primera y fundamental de un hombre es la de saber vivir con dignidad, esto es, ser independiente y dueño de si mismo y poder hacer su santa voluntad sin darle cuenta a nadie". Qué lujo.

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