la tribuna

Emilio A. Díaz Berenguer

La infalibilidad de los mercados

HABLAR de los mercados, financieros, forma parte de las conversaciones habituales de los españoles desde hace meses. Sin embargo, la gran mayoría de nosotros lo hacemos aceptando que se trata de un mecanismo de control de la situación económica y financiera que goza de infalibilidad. Un conocido político andaluz, no habitual en Twitter, recientemente ha llegado a insinuar en un tuit que éramos unos ignorantes porque hablábamos sin conocimiento suficiente para ello. Me pareció que con esta afirmación tan excluyente se convertía, involuntariamente, en una genuina representación de la mayoría de los políticos españoles, que ignorando ellos mismos de qué están hablando, aceptan el argumentario de sus partidos y contribuyen de manera irresponsable a que los ciudadanos nos convirtamos en meros sujetos pasivos de una crisis que nos está afectando de manera muy negativa, sin que nos atrevamos a hacer público nuestro desacuerdo con el origen y la gestión de la misma.

Dalí cuando le preguntaron si era creyente, dijo, al revés de lo que suelen afirmar la mayoría de los encuestados, que no era creyente, pero sí practicante. Lo que le gustaba de la iglesia era el ceremonial, pero no creía en la religión. Algo así está ocurriendo en los últimos tiempos sobre el tema de los mercados. Estamos viviendo la ceremonia hasta con cierto morbo, aunque objetivamente nos está destrozando e hipotecando nuestro futuro y, en el fondo, no creamos en los mercados. La ignorancia de los políticos, producto de su incompetencia, es responsable de nuestra sumisión ante los mismos.

Sin embargo, hace cuatro meses nace el movimiento 15-M para hacernos ver que hay vida mas allá de los mercados, y también de la actual configuración de la clase política. Una buena parte de la población, por razones diferentes, vio con simpatía el nacimiento de esta movida, aunque cuando llegó la convocatoria electoral, no lo manifestó en la práctica. Al día de hoy, esta simpatía generalizada ha quedado en stand by, aunque sigue contando con grandes espacios en los medios de comunicación. En general, se les tilda de ignorantes, aunque se suele admitir que no tienen mala voluntad.

Los apoyos de esa enorme persona y profesional que es José L. Sampedro y de Stéphane Hessel, autor de 'Indignaos', no han sido suficientes para avalar la viabilidad de las propuestas del movimiento. A ninguno de los dos les avalaba, a su vez, un respaldo internacional como el Premio Nobel de Economía a Joseph Stiglitz, además estadounidense, que ha visitado a los reunidos en un Foro Social del 15-M recientemente. Todo un lujo al que muchos de nuestros políticos no han tenido la oportunidad de acceder.

El Premio Nobel respaldaba con sus palabras la viabilidad de algunas de las propuestas del movimiento cuando urgió a la necesidad de regular los mercados y de aprovechar la crisis para invertir más en educación, tecnología e infraestructuras, cuyos retornos son muy importantes. Si bien Stiglitz ya había mantenido estas tesis, era la primera vez que lo hacía ante el 15-M, y una de las conclusiones que deberíamos extraer es que lo que pide este movimiento no es fruto de unos perroflautas, sino algo que tiene más base científica, además de ética, que lo que sostienen muchos políticos. Por cierto, que los coordinadores del Foro Social del 15-M son profesionales de la economía y de las finanzas que están realizando su doctorado en diferentes universidades españolas y extranjeras.

Siendo esta conclusión tan importante, lo es aún más que nos permita poner en cuestión, sin rubor ni complejo de inferioridad, a los mercados y sus actuaciones, carentes de toda ética, y también a los políticos, de derecha y de izquierda, que se muestran incapaces de poner en marcha mecanismos de regulación de los mercados financieros y que han aceptado los mismos como la nueva religión del siglo XXI. La infalibilidad no es un atributo de los mercados, sino más bien todo lo contrario. La verdad de los mercados varía en cada momento y provoca una confusión permanente entre realidad y percepción de la misma.Unas agencias, nada transparentes, y partes interesadas en sus valoraciones, ordenan la política en el mundo y provocan que los políticos adopten sus decisiones más importantes, y cruciales, en función de sus afirmaciones y no del interés de los ciudadanos, eliminando gastos sociales y haciendo que pensionistas y los más necesitados sean más solidarios que los propios inductores de la actual crisis financiera.

Hablar y criticar a los mercados y a sus grandes sacerdotes no implica ignorancia, sino todo lo contrario, una prueba de lucidez y libertad, a la vez que de sana rebeldía contra los que pretenden que seamos unos ciudadanos borregos.

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