Si la paciencia es la madre de la ciencia, a los españoles nos asiste un espíritu científico digno del Premio Nobel. Sería un galardón de nueva creación, el Nobel a la Paciencia de los Pueblos que, no me cabe duda, sería nuestro año tras año. La Historia de España, pido disculpas a quién prefiera decir este país, es la de un pueblo que no ha sido ni más torpe ni menos que el resto de su entorno, pero que ha estado siempre por encima de sus gobernantes y ha sufrido las desavenencias de unos y otros, siempre sin buscar lo común, sino la diferencia, el medro personal y sectario.

Los españoles no somos capaces de asumir nuestro pasado. La denominada Reconquista no se entiende como la recuperación de unos territorios que habían sido invadidos anteriormente, sino como una actividad belicosa e incívica, como si no hubiese sido así en todas partes a lo largo de la historia. La gesta americana es tal vez la más grandiosa de la historia de la humanidad, pero los mismos españoles no hemos sabido elogiarla e incluso se habla de genocidio, cuando no ha habido exterminio de pueblos indígenas como sí han hecho otros. La denominada leyenda negra es un ejemplo de propaganda mucho antes de que se inventaran las redes sociales y las fake news. Los siglos XIX y XX han sido para salir corriendo.

A los españoles nos asiste una infinita paciencia acompañada de una gran capacidad de sufrimiento. La crítica destructiva, el cierto complejo como país, los planes continuos que nunca llegan a término o el alargamiento general de los proyectos, si es que alguna vez se inician, han sido una constante que no ha perdido vigencia. Siempre la presencia del cainismo, las dos Españas representadas por Goya y cantadas por Machado, y que son muchas más, casi una por cada españolito que viene al mundo. Lo colectivo no tiene peso por regla general y la individualidad se impone a lo común. Aquella realidad que Delibes supo plasmar en El camino o El disputado voto del Señor Cayo, la de La lluvia amarilla de Llamazares, la España negra pintada por Solana, la España perdida por los exiliados del 27, la profunda y rural de Pascual Duarte o la urbana de La colmena.

A pesar de todo, la paciencia nos ayuda a ver la vida con cierto optimismo, por no decir determinismo, y la calidad de vida, la longevidad y el clima nos hacen ser la envidia de pueblos que son impacientes.

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