Leyendo nuestros titulares de ayer ("Los médicos afrontan la llegada del otoño 'saturados' y 'desesperados'" / "Sevilla. La provincia se acerca al centenar de hospitalizados" / "Andalucía. Las PCR no dan tregua: mil más en 24 horas") y los de otros periódicos ("España entra en el otoño más incierto ante el alza de contagios", "El SOS de los ambulatorios: '¿A qué esperan?, ¿A que la Atención Primaria explote y se colapsen de nuevo las urgencias?", "Aumenta la incidencia del Covid en bebés en Madrid y de 0 a 2 ya es la franja de edad con más casos") no puedo evitar que el generoso, valiente y valioso empeño de los ciudadanos para recuperar la normalidad dando cuerda social y económica al casi parado reloj de la cotidianidad me recuerde cada vez más al Peter Sellers del inicio de El guateque. Interpretaba a un modesto extra indio que se cargaba un rodaje por el celo y entusiasmo con que se entregaba a su papel de corneta que debía alertar a las tropas coloniales para que no cayeran en una emboscada: por más balazos que recibía, más veces que caía muerto y más chafada que se iba quedando la corneta hasta sonar como una trompetilla, el hombre seguía levantándose una y otra vez y tocándola.
En este caso, a diferencia de la película, la torpeza es del director (el Gobierno) y no del extra (los ciudadanos). Estos interpretan como pueden sus papeles de optimistas y voluntariosos resistentes/resilientes. Lo de ver la botella medio llena o medio vacía que caracteriza a los Don Óptimo y Don Pésimo -permítanme este homenaje al gran José Escobar, el maestro de la viñeta a quien también debemos Carpanta y Zipi y Zape- exige que esta contenga la mitad de líquido. Cosa muy distinta es empeñarse en ver mediada o incluso llena una botella casi vacía o vacía del todo. Esto no es optimismo sino ceguera. Y algo mucho peor cuando desde los poderes públicos que tienen las más altas responsabilidades en el triste asunto de que España sea el país con peores datos sanitarios y económicos de la UE se traslada que la botella está medio llena (la nueva normalidad). O que cuando se hace imposible negar la realidad se descarguen las responsabilidades sobre los ciudadanos y las comunidades autónomas (sobre todo si están gobernadas por el PP y más aún si se trata del apetitoso bocado de Madrid, donde se plantó "la bomba radioactiva vírica" según las indecentes palabras de García-Page).
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