Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

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Pepe Caballero Bonald o el crédito del héroe

Doñana presenta hoy una lontananza a contrapelo. Un silbido desvaído que es la coyunda de dos vacíos. Las pesadillas ya no roen ningún decoro vital. La guayabera albiceleste descansa sobre una montonera de libros con frontispicios de Gabriel Miró y Juan Ramón Jiménez. Los fúnebres tramos de la melancolía elevan la temperatura de un barroquismo en prosa que siempre saltó de los engranajes imaginativos del ser. ¿A do fue a parar los diez dedos -bailables entre Montijo y Madrid- tal gubia de la palabra como maderamen de la expresión que es literatura y mestizaje?

La discordancia de la desobediencia. La pulcritud de la escritura como 'hecho lingüístico', la infracción de lo circundante en favor de la vanguardia replegada en sucesivas capas léxicas. La experimentación en negro sobre blanco: el irse dialectizando hasta la reconfiguración. La afinidad formal o el trabajo a destajo. Valga por convicción el exorcismo del eclecticismo estilístico. La laxitud y la provisionalidad son sólo antecedentes del amateurismo. Y la vocación literaria es una religión incluso para infractores. El expurgo de los ruidos entraña otro modo de vivir y de beber.

Caballero Bonald, Pepe, sigue paseando en este ínterin de entreguerras que es la implosión de la vida a la muerte: lo significó César González-Ruano en uno de sus penúltimos -y siempre bien plumeados- artículos periodísticos y asimismo José Manuel elevó el aserto a título de la novela de la memoria: la muerte no es sino ir perdiendo la costumbre de vivir. La eclosión cuasi bíblica del brindis mitológico de una copa de vino en manos de Pepe era como el sacramento de la sabiduría reposada sobre el mármol pulimentado de lo grecolatino. Algo así como la conversación glandular de una generosidad con efectos terapéuticos.

Nunca como en Caballero Bonald la poesía alcanzó la raigambre más diestra de su multifunción: versos, ideas, creatividades que "reúnen lo no integrado en la unidad/ la palabra increada y donadora trascendiendo de ese/ eminente alumbratorio/ donde anida todo lo que sugiere una cierta conformidad/ con lo nunca nombrado". Pepe jamás ejerció de jurisconsulto de la tropa de escritores a pesar de su alteza intelectual. Del espejo no necesariamente deformante del pasado brota -como una tregua efímera- las blondas de lo no escrito.

Honestidad consigo mismo de la cuna a la tumba: y entretanto porciones de bienestar y conjuros de Poseidón, la senectud en la desventura de su arrabal, el tiempo que nos resta como única divisa, la sangre de un alfabeto que no padece insomnio: el sortilegio de la pulsión verbal versus el jadeo de lo atávico. No hay barro que entremezcle el fosco callejón sin salida de la retrospectiva. Hoy el recuerdo es mineral. Y "la piedra negra impura de la muerte" únicamente remata un poema encontradizo, por releído. Aquel sombrero blanco de elegancia genovesa, el paso corto y quedo, la voz jamás estridente, las pupilas diminutas, la sonrisa a punto, la cortesía como estética en correspondencia, la amabilidad que no se endiosa, la clase congénita del crédito del héroe.

Un teclado que dirime beldades entre el Cerro del Trigo y la gaditana toponimia urbana. Las bodegas como sagrado templo del sabor. La odisea del novísimo simbolismo. Ramón Gómez de la Serna, en su fluvial biografía de Quevedo, subraya que "con su capa terciada, va buscando un imposible: vivir siempre". El propio Bonald dejó escrito que "el equilibrio de la autosuficiencia es virtud reservada a los que prefieren no aceptar las condecoraciones al uso (…) Y ahora ese restringido censo de infractores -de autosuficientes- son los que tienen asegurada la fidelidad de los nietos". Vivir siempre en la fidelidad de los nietos ya es un filo sonoro -sempiterno- en esta omnipresencia de Pepe Caballero Bonald porque “la luz empieza donde está apagándose”. ¿Verdad que sí, Pepa Ramis? Sobre la noche de esta necrológica se oyen pasar pájaros. Los mismos que, al son juanramoniano, de nuevo seguirán cantando…

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