Jerez: Enrique Montiel, Paula Punzón, Max Cady y una virtud bicéfala

Enrique Montiel y Wayne Jamison presentando ‘Melodía de sangre’ en la Fundación Bonald.
Enrique Montiel y Wayne Jamison presentando ‘Melodía de sangre’ en la Fundación Bonald.

21 de junio 2024 - 04:00

No voy a cargarme de un plumazo el spoiler de esta siempre penúltima entrega libresca de Enrique Montiel de Arnáiz. Tan hábil contador de historias -¿ficcionales?- ha apostado doble contra sencillo a favor de la casilla de ‘Melodía de sangre’, que es novela recién escrita en el contrabando canalla de su talento literario. Talento y talante a cuya soltura -y montura- verbal no hay que sacarle las palabras con sacacorchos. Escribe al son de la fluidez rítmica de unas tarantas a medianoche. O sea, a compás de la musicalidad de la letra que, con coágulos sangrientos, entra. Enrique es abogado, escritor y viceversa. Un joven culto de virtud bicéfala. Con la toga en ristre siempre va por Derecho. Con la pluma en la mano… se oxigena cultivando metáforas y una suerte de realismo por mimesis. Ya decía Aristóteles que no corresponde al escritor “decir lo que ha sucedido sino lo que podría suceder según la verosimilitud”. En esta faena -es decir: en el meollo del proceso creativo en negro sobre blanco- lleva -ora et labora- Enrique desde que, aún niño, recibiera una Olivetti como regalo estrella de la Primera Comunión. Fue entonces cuando decidió sin mayor dilación -tempus fugit- ametrallar todas las disyuntivas del alfabeto.

La fórmula de la greguería parida por Ramón de la Serna resulta ciencia exacta cuando sumamos la comparación más aguda y el humor menos cínico. Enrique opera por aproximación en la colorista eclosión de imágenes de aquel Ramonismo unilateral que supo depurar inclusive el pasmo vanguardista. ‘Melodía de sangre’ ha contado con presentación Jerez intramuros, sita en la sede de la Fundación Caballero Bonald. Los concurrentes nos divertimos de lo lindo: si bien las páginas de esta obra acogen a una corte de los milagros -borrón y delincuencia nueva- de padre y señor mío, el desglose del argumento a cargo tanto del autor como de su excelente introductor -e ídem periodista y por descontado también escritor de éxito- Wayne Jamison ofreció destellos de ingenio y, asimismo una pizca de gramática parda al hilo de los personajes novelescos en cuestión -sexo, rock, palacetes y alguna gamuza de lunares rojos sobre fondo blanco- . Si en las primeras páginas de esta novela usted, preclaro lector, no ha sufrido un cortocircuito semántico o no le han salpicado gotas de sangre de las vísceras de un diálogo abierto en canal, será que entonces anda vuecencia enfrascado en otro título novelesco parigual pero de seguro antagónico. Sepa de antemano que su seguridad física tentará al diablo si opta por la lectura de tales capítulos que son cuchilladas a traición: párrafos veloces como unos pies en polvorosa y sentimientos color malva que derraman la sed de venganza -obsesiva, acuciante, caliente, como un vaho asido al cristal- tan desollados en la clavícula de la trama. Todo aquí se vocea y se hacina como un magma trepidante.

La acción no parte del tanteo de un gamberrismo adulto sino del ensordecedor estruendo de marida la revancha y el desquite. La osadía de la infracción por norma. Además de una furibunda declaración de intenciones rubricada por rebeldes duchos en la matanza. La ley es cosa de otros. ‘Melodía de sangre’ atrapa como la red al bicho tras los pasos en zigzag del cazador cazado. Paula Punzón, la protagonista, desconocía los caligramas de Apollinaire pero se sabía al dedillo las resbaladizas violaciones que, viscosas de desmemoria, acontecían en las comunes duchas carcelarias. Este libro de Montiel trasmina el espíritu transgresor de ‘La forja de un ladrón’, de Francisco Umbral –“campos de tierra por donde pasó la trepidación de la Historia”- o ‘Los reyes de la ciudad’ de Raúl del Pozo –“el Grillo era un atracador de los que creía que atracar era tomar por asalto una fortaleza”-. En la novela de Montiel parece que siempre anda escondido el inefable Pepe Carvalho, aquel detective seminal de Vázquez Montalbán. En ‘Melodía de sangre’ a su vez subyacen el frenesí sexual sin cotos y el acento caliente -y crujiente- de las conversaciones espontáneas tan propias de los escritores de la Generación Beat. De hecho, en la página 16 hace textualmente alusión a “un bañador estampado con flores del trópico de cáncer”. Y ‘Trópico de cáncer’ es la novela tótem de Henry Miller, el referente total -el artífice de un lenguaje volcánico- de la Generación Beat. Miller dijo que la imaginación es la voz del atrevimiento. E imaginación no escasea -sino estalla a borbotones- en el hilo conductor de la narrativa de este vecino de la Isla.

Yo no aconsejaría a Enrique Montiel que emule jamás a ningún crápula ni tampoco a que se sumerja en las trastiendas de las madrugadas de neblina al acecho ni -acompañado de nadie- trasnoche los traspatios de suburbios urbanos amueblados de cubos de basura, orines esquinados y espinas de pescados entre colmillos de trece gatos negros... Porque mucho me temo que, a resultas del primer renuncio, se topará de frente, in fraganti, entre el embrujo onírico de la prosa hecha realidad y la musculatura de lo inhóspito, con Robert De Niro siempre encarnando de nuevo su papel protagónico de ‘El cabo del miedo’: el vengativo Max Cady. Será entonces cuando Enrique escuche -como un zumbido tétrico- la voz grave del camaleónico De Niro retándole -como un brindis de duelo a vida o muerte- a que se haga presente y salga de los pliegues de las sombras: “Abogadooo… ¿Estas ahí, abogado? Abogadooo”.

stats