Hablando en el desierto

Francisco Bejarano

El juego adivinatorio

Antes y después de unas elecciones los comentaristas se dedican a lo suyo. Antes, para adivinar lo que pasará sin dar en el clavo y, después, para decir que era lo esperado, más las sorpresas imprevistas. Los que ganan con gran diferencia han sufrido una debacle y los que ganan poco han tenido un éxito arrollador. Ya estamos acostumbrados a esta forma de juzgar unos comicios, como si los dedicados a comentar los resultados tuvieran secretos de sabiduría arcana que los demás no tenemos. Es un juego de adivinación disparatado al mismo tiempo que divierte y se olvida pronto. No nos van a sacar del aburrimiento político, porque en España solo hay partidos de izquierdas. Mientras no exista un partido de derecha y otro de extrema de derecha, con representación, porque existir, existen, no viviremos en un país normalizado.

Tenemos dos socialdemocracias: la gobernante, que no se atreve a derogar las leyes innecesarias e injustas de la otra socialdemocracia, la socialista, que debe aparecer a la izquierda de su hermana sin tocar a lo económico, con el aborto, los matrimonios de homosexuales, la "transexuación" gratuita, las lesbianas africanas y las ballenas del Pacífico; como si algunas de estas rarezas fueran de izquierda o lo hayan sido alguna vez; o un progreso, concepto relativamente nuevo, al menos que consideremos progreso descender a la miseria moral, al analfabetismo y a los malos modos so pretexto de naturalidad. A la izquierda del socialismo está el comunismo, una ideología conservadora. La única derecha reconocible está en los nacionalismos, pero camuflada, neurótica por las contradicciones y las políticas imposibles.

Ahora ha salido como de una mala película del Hollywood populista, adulador de adolescentes urbanos, un partido entreverado anarco-fascista, Podemos, que nos promete palo y tentetieso, la revolución pendiente y la libertad en cuarentena -de años- mientras quede viva gente que aspire a frivolidades tales. Para que vean ustedes que la terquedad es virtud, si se le puede llamar así, de los que no tienen razón, recomiendo un día más Los monstruos de la razón, de Rino Cammilleri, para que vean lo vieja que es la idea de cambiar la condición humana. Hace un siglo los revolucionarios, como su mismo nombre indica, querían hacer la revolución y luchaban para ello. Ahora saben que no pueden, aunque se intitulen Podemos, pero advierten que harán todo lo que esté en su pensamiento delirante para fastidiarnos la vida.

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