Hablando en el desierto

Francisco Bejarano

Los justicieros

Nos hacemos la ilusión de vivir en la época más tolerante de la historia, mientras rebuscamos entre los crímenes del pasado, del reciente sobre todo, culpables a quienes perseguir y darles muerte civil, ya que la física no sería tolerante. Se ha creado una expresión absurda "tolerancia cero", que no es otra cosa que intolerancia, con el precedente de "no guerra", acuñado por los enemigos de Israel para dar a entender que no había paz con los israelíes sino que no había guerra. Piruetas gramaticales que deberían tener su diccionario para entenderlas mejor e infamia de sus creadores. Nuestro tiempo es de ilusiones: ilusión de elegir a nuestros gobernantes y, por ello, de gobernarnos a nosotros mismos, de ser libres, de ser sujetos de derechos imposibles y, entre otras conquistas con apariencia de nuevas, de ser justos.

Ilusiones para creernos mejores, conjurar el mal que llevamos dentro y alcanzar cierta reconciliación con la condición humana. La verdad es que somos los mismos hipócritas, intolerantes e inquisitoriales que fuimos siempre, no hemos experimentado mutaciones repentinas. Lo que cambia son los signos externos. No perseguimos a los herejes ni a las brujas, no levantamos piras sacras en las plazas ni linchamos a nadie literalmente; pero vivimos obsesionados y airados con los culpables de los crímenes del pasado, manifestamos una violencia vengadora como si con ella pudiéramos cambiar el curso de la historia, y creamos una jurisdicción universal con el mismo espíritu justiciero que poníamos en la picota a los condenados para ejemplo de los muchachos. Lo que más nos importa del pasado son los crímenes, como si solo contáramos con un pasado perverso sin nada bueno que recordar ni salvar.

Los crímenes los cometen los otros: los verdugos, los malos, los dictadores, las ideologías perversas y los múltiples mensajeros del mal que vagan por la tierra. Nosotros somos los inocentes y buenos, los que exigimos humillaciones y perdones, arrepentimientos y rectificaciones, condenas y muertes civiles eternas para los réprobos. No hay perdón ni prescripción. Arrastramos el mismo grado de hipocresía de siempre, aunque con distintos signos, para alejar la culpa de nuestro lado echándosela a "los otros". Los griegos crearon la tragedia para advertirnos del criminal que cada uno lleva dentro y de las consecuencias de soltarle las riendas, pero no nos damos por aludidos.

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