PASAMOS otro 6 de diciembre; me da que uno de los últimos en los que celebraremos la Constitución Española, tal y como la conocemos hoy. El consenso del 78 está muerto. Eso no lo cuestiona ya casi nadie. Pero no hay manera de que nos enteremos que es lo que se quiere hacer con ella. El único consuelo es que para su reforma, necesariamente nos tendrán que consultar en Referéndum, y para entonces, si es que no torcemos la ley, que no las tengo todas conmigo, nos enteraremos. Ahora vislumbro varias posturas. La primera, la de los nacionalistas, que directamente la niegan. La acataron en el 78, porque la inclusión del término nacionalidades del artículo 2º, y el control de la Educación, los ponía en el camino de la independencia. La segunda, el federalismo de los socialistas, que no se atreven a explicar, porque no lo tienen claro. Decía el Profesor González Encinar que la organización del Estado español es sustancialmente federal. Y añadía: un federalismo peculiar, compuesto por entidades políticas heterogéneas; esto es, asimétricas. Un problema. Cuando los socialistas hablan de federalismo, quieren decir que hay que ahondar más en el hecho diferencial predicado por los nacionalistas, para que éstos se sientan encajados. Ilusos; primero porque no se puede estar siempre intentando contentar a quien no se quiere contentar, como decía Julián Marías; y segundo, porque no sé a cuento de qué piensan que los andaluces vamos a dejar que se sigan aumentando privilegios a costa del esfuerzo común. Por último, está el PP, demasiado pasivo, a verlas venir. La partida no se juega entre centralismo- etapa superada de sobra-, o un federalismo que ya tenemos; ni siquiera por el sagrado consenso del 78. La partida está en que, o España sigue unida, o empieza a disolverse al modo de la I República. Cantonalismo siglo XXI.

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