La columna

Pedro Sevilla Gómez

Las lenguas

C uando lo leí en la prensa pensé que era la botadura de una nueva bocanada de humo. ¿Gallego, euskera y catalán en el Senado, donde tenemos una lengua clara y común para entendernos? ¿Traductores para hacer entendibles unas lenguas constitucionales, sí, pero innecesarias en un foro donde el castellano es comunal? Como digo, pensé que era una bocanada de humo para engolosinarnos con polémicas baldías y distraernos de lo sustancial.

Pero luego lo he estado meditando con calma y resulta que si no fuera porque ya nos entendemos bastante mal los españoles como para encima hacernos traducir por profesionales, estaría de acuerdo con esta resolución senatorial. La casualidad ha fijado que mientras se recrudecía la polémica, yo leyera el último libro del poeta catalán Joan Margarit, "Misteriosamente feliz", una poesía mortal y lúcida en edición bilingüe. Y como para mí oír el catalán o leerlo es volver a los bailes de mi adolescencia, allá en la Cataluña de donde fui desterrado por mi mala cabeza, me pasé toda la tarde recordando a la Mati de Sant Vicenç, una novia que tuve y que mientras bailábamos las lentas baladas de Demis Roussos en la discoteca "Fomento" de Molins de Rei, me daba besos y me posaba en el oído dulces palabras en catalán. De sus labios de fresa aprendí lo poquito que sé de una lengua a la que amo y que me gusta oír siempre que tengo ocasión.

¿Por qué -me di a pensar-, si resulta que en España hay besos, velatorios, orgasmos, relatos orales y libros de poemas en edición bilingüe, no puede tener reflejo esa realidad en nuestra casa común del Senado? ¿Por qué los senadores no van a poder hacer lo que hacen los adolescentes, las plañideras, las abuelas o los poetas de España?

Mi amor a la lengua de la Mati, de Margarit, me ha hecho dudar sobre la conveniencia o no del uso de los idiomas patrios en el Senado. Si algo me frena es eso, lo mal que nos entendemos, nuestra tendencia a la discordia. Lo que sí tengo claro es que los honorarios de los traductores no son motivo para estar en contra. Tenemos muchos sitios de donde ahorrar como para negarnos a pagar cuatro o cinco peonadas al mes.

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