Resulta ahora que las profecías de Nostradamus tenían mucho más de cierto de lo que pensábamos sobre el futuro de muchas civilizaciones aunque nadie se las creyera en su momento. Lo mismo de curioso que cuando el poeta de los cantantes, creando escuela y siendo único en sus letras, vaticinó el robo del mes de abril, las pandemias de desamores y las ciudades paradas más de diecinueve días y quinientas noches de cada uno de nosotros. No estaba sino siendo el mejor de los magos vivos que nos quedan por suerte para hacernos pensar un poco. De Joaquín en sus rimas, de Stephen King en sus hipótesis, de Steven Spielberg en sus fotogramas, de Aldous Huxley en sus párrafos o de muchos otros apóstoles de la verdad deberíamos estar aprendiendo enseñanzas fundamentales para nuestra existencia. Porque de todo lo que no está pasando hay algo que nos debe hacer pensar en que la historia está llena de guiños pues, no en vano ya Judas nos vendió por un puñado de monedas, los filósofos se enfrentaron por culpa de los dioses, los sofistas entraron al trapo, los monasterios se encargaron de aglutinar lenguas y ciencias, los preilustrados quisieron cambiar el mundo y hasta los últimos siglos hemos seguido almacenando idiocia fenilpirúvica en tanta ideología barata causante de guerras mundiales, de nazismo empedernido o de cuitas por odio. Si algo deberíamos tener claro en estos meses es que hemos perdido algo tan inconsistente como la libertad, la propia y la ajena, la de nuestras familias y la de nuestros amigos, la de nuestras ciudades y la de nuestro mundo. Un bien sustancial imposible de recuperar cuando se pierde. Algo que sólo echamos de menos cuando no la tenemos. En contrapartida, es curioso que, alimentada en lo tóxico, la única libertad que ha crecido es la del uso del lenguaje para criticar, insultar, descalificar y arrasar con todo. De locos. De estudio de derecho libertario.

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