Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Y libre

La decadencia existe, no es un cuento de los libros de Historia; se manifesta en la promoción de los incompetentes

Todo lo que Donald Trump dijo en su discurso de investidura puede resumirse en un triple deseo para América: una, grande y libre. Algo de eso sabemos por aquí. Allá donde esté, el caudillo debe andar felicitándose por el éxito prolongado de su fórmula. Leyendo la arenga del presidente, me preguntaba qué narices tenía aquello de populista. O, más exactamente, qué es el populismo. O, de una vez por todas, por qué lo llaman populismo cuando quieren decir nacionalismo. Nadie ha terminado de explicar muy bien en qué consiste el credo populista, pero su acepción de consigna política disparada a las tripas, de criterio primario en torno a la primacía de la tribu y de divulgación del temor o menosprecio hacia lo ajeno encaja como un guante en el quid nacionalista. ¿Qué otra cosa quieren los nacionalistas catalanes y vascos sino un muro pagado por España? Aquí se empezó a hablar de populismo a cuenta de Podemos, pero sospecho que el significado del término ha campado hacia otra orilla, hacia una promoción del rencor y el revanchismo que ya tenía su cauce natural en el nacionalismo. El de Podemos, por cierto, es un nacionalismo estratégico, de dejar a todos contentos, lo mismo a las fuerzas armadas que a los apóstoles del referéndum vía sardana. Su contribución a la boina y al garrote ha sido inestimable.

En 1945, en el París recién liberado, Albert Camus escribió en un editorial de Combat: "La democracia consiste en admitir que el otro puede tener razón". Y lo más deprimente es la velocidad con la que Occidente ha emprendido su involución al respecto. El éxito de Trump es el del vacío televisivo, el de la alienación del show: el voto a su favor no es tanto una reacción contra el sistema sino la respuesta legítima de la abulia y la sandez. La decadencia generacional existe, no es un cuento de los libros de Historia; y suele manifestarse en la promoción de los incompetentes que jamás atenderán a las razones del otro por miedo a delatar sus flaquezas. En España, el método cunde con igual eficacia: el debate político se ha convertido en el mismo esperpento a gritos de la basura sentimental, y ahí, en la negación de toda virtud, es donde pretende curtirse la política del cambio. El nacionalismo se sustenta en la insolidaridad, y aquí la tenemos, espléndida y rotunda. No es sólo que el otro no tiene razón, es que hay que impedir que hable a toda costa. Por si acaso.

La Estupidez de Erasmo continúa pregonando sus alabanzas. El éxito de las banderas y el tostón patriota es el fracaso de las mejores aspiraciones humanas. Todo listo para la próxima consigna. Aleluya.

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