Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Sin límites

ME refiero a la codicia, a esa codicia que gobierna desbocada la naturaleza que habita en el hombre y que dejó, hace mucho tiempo, de ser "humana".

Como en tantos otros hitos a lo largo de nuestra Historia, hoy tenemos delante de nuestras narices un ejemplo, evidente e incontestable, de las funestas consecuencias que todos hemos de padecer por causa del empecinamiento criminal del "líder" de turno.

El "asunto" Cataluña, la enloquecida deriva a la que unos pocos -sí, ¡sólo unos pocos!- han llevado a Cataluña, y con ella al resto de España, es muestra de cómo es posible jugar al ajedrez con el tablero boca abajo. Con el tablero boca abajo y con fichas de parchís.

A la cabeza de este despropósito inconstitucional está Artur Mas, un personaje nefasto al que la Historia, sin duda, juzgará y colocará en el contenedor de basura que le corresponda. "El principal actor del proceso soberanista", como él mismo, borracho de torpe vanidad y vano egocentrismo, se reclama ante sus socios radicales y xenófobos de ERC, y de todos los necios que a estas alturas de la impresentable pantomima que ha montado, quieran escucharle; se ahoga en el laberinto que, junto a la comparsa que le aplaude, se ha construido. Sabe que en la única salida que tiene le espera el Minotauro, que lo engullirá dejando sólo un epitafio para payaso sin gracia alguna, pero mientras tanto, el daño, el sufrimiento y la injusticia que está causando, marcarán la vida de muchos ciudadanos sin responsabilidad alguna en que personajes como él, como Mas, lleguen hasta donde llegan.

Una de las desgracias de España es la clase política, genéricamente hablando -por supuesto, hay políticos de valía, con honestidad y decencia-. A una gran parte de los que se colocan en las diferentes escalas de poder sólo les mueve su afán de protagonismo, su desmedida ambición y un ansia enfermiza de poder, Mas es una constatación, sangrante y obvia, de esta realidad indiscutible.

La "Cosa pública" requiere de profesionales capaces, cabales y honrados, que dediquen sus conocimientos y esfuerzo a luchar por conseguir unas mejores condiciones de vida para los ciudadanos que les pagan. Algo tan simple como esto ha resultado históricamente, y lo sigue resultando hoy, imposible de alcanzar -de modo global- para nuestro pueblo, zarandeado, pisoteado y olvidado, antes y ahora.

Los correveidiles sin personalidad ni opinión, los palmeros zascandiles y ociosos, los mediocres mezquinos y miserables, que pueblan todos los vericuetos de los innumerables gobiernos de España, enmarañan la que debiera imponerse como razón de ser de todos los que eligen entrar en política: la vocación de servicio a los demás. Hablar de esto, viendo lo que estamos viendo, parece una broma de muy mal gusto y, sin embargo, mientras no logremos que sea ésta la máxima que impere entre los que nos dirigen, seguiremos estando avocados a asistir a estos teatros de las vanidades que protagonizan esperpentos como Mas y que machacan la inteligencia, hieren la moral y destrozan la convivencia, sin pausa, compasión, ni un final que, al menos, se alcance a vislumbrar.

Las estupideces que se están cometiendo en Cataluña son comprensibles, habida cuenta de los necios que allí gobiernan, pero las barbaridades que se están perpetrando no son permisibles. La Historia, si nos preocupamos en conocerla, nos muestra un sin número de situaciones que empezaron de modo similar al que está aconteciendo en la autonomía catalana y terminaron como el rosario de la aurora. No aprender de lo sucedido, despreciar su trascendencia, confundir sus verdaderos motivos o, sencillamente, olvidarlo; nos conducirá, de modo inequívoco e inevitable, a un desastre de dimensiones bíblicas.

Todo es posible cuando en nombre de la libertad se priva de la libertad. Cuando permitimos que los fascistas, excluyentes y xenófobos, se vistan los ropajes de portadores de la verdad única para someter a quien no les secunda a las mayores desfachateces, felonías, salvajadas y privaciones de libertad, la tragedia está pronta a servirse.

No podemos consentir que quienes se sirven del Estado de Derecho para tratar de imponer lo que se les antoje, se salten los límites que todos estamos obligados a respetar para mantener ese Estado de Derecho.

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