EN menos de veinticuatro horas Alfredo Pérez Rubalcaba se ha situado en la línea de salida de una larga campaña electoral en la que se disputa el Gobierno de la nación. El vicepresidente primero, portavoz del Gobierno y ministro del Interior anunció ayer, al término del Consejo de Ministros, que abandona estos tres cargos y sale del Ejecutivo para dedicarse por entero a preparar y materializar su candidatura a la Presidencia en las próximas elecciones generales. Hoy será proclamado efectivamente candidato en una reunión de trámite del comité federal, convertida, sin embargo, en un acto público de carácter extraordinario. El trámite ya venía impuesto por la renuncia de la ministra de Defensa, Carme Chacón, a presentarse a las elecciones primarias para la designación del candidato socialista, tal y como obligan los estatutos del partido y se había comprometido Zapatero. Este desenlace lo provocó el mismo Rubalcaba a través de otros líderes del PSOE, al amenazar con una crisis más profunda si el ministro del Interior no era aclamado como el candidato más sólido y capaz sin necesidad de pelear por su nominación en un enfrentamiento interno de consecuencias nefastas en la actual situación que vive la organización. Por otra parte, la renuncia de Pérez Rubalcaba en estos momentos es del todo lógica y coherente, aunque no legalmente obligada, ya que el ejercicio de sus tres cargos iba a ser crecientemente incompatible con su dedicación a la candidatura, elaboración del programa y selección de futuros parlamentarios. Además, y esto es aún más relevante, su permanencia en el gabinete presidido por Zapatero le habría impedido acentuar su perfil diferenciado y dificultado la credibilidad de un proyecto que se propone, a la vez, alejarse con firmeza de las políticas de ajuste y recortes de los últimos meses y asentarse en las ideas socialdemócratas y acercarse a los sectores desencantados de la izquierda. Rubalcaba se dispone a ofrecer a los españoles algo bien distinto a lo que representa el Gobierno que ahora deja.

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