La tribuna

Antonio Porras Nadales

Estos lodos

DE aquellos polvos vinieron estos lodos. A qué extrañarse ahora de que los gobiernos catalán y vasco emprendan una nueva ofensiva para avanzar en un sentido confederal, rompiendo con todo atisbo de solidaridad interterritorial en España: desde el momento en que, en lugar de negarnos, de establecer barreras, de decir que no en voz bien alta, decidimos apostar por la dinámica de la aceptación y la imitación, lo que nos sucede ahora es la consecuencia lógica de nuestra actuación anterior.

Primero aceptamos la posibilidad de que desde la esfera estatutaria se interfiriera en la órbita del poder constituyente, que nos corresponde a todos los españoles. Luego admitimos que un texto de naturaleza auténticamente constitucional, como el aprobado por el Parlamento de Cataluña, se convirtiera con ligeros retoques en un Estatuto. Después nos pusimos incluso a imitar el propio modelo catalán, como si otra vez fuera cosa de todos lo mismo. Hemos mirado para otro lado cuando se han introducido en esos estatutos convocatorias de consultas populares (tramposo juego de palabras para eludir la noción de referéndum) que preludiaban el llamamiento a la independencia. Y de nuevo miramos para otro lado al constatar al escasísimo grado de apoyo ciudadano que los nuevos textos suscitaban.

Y ahora, cuando comprobamos que -como era previsible- el sistema no funciona, quién puede extrañarse de que el Gobierno vasco se empeñe en convocar un referéndum soberanista o de que el catalán reemprenda su estrategia del chantaje bajo la falsa justificación del expolio fiscal de Cataluña.

Embarcados en el espejismo de que los nacionalismos periféricos son modernos y progres, no nos hemos molestado siquiera en mirar más allá de nuestras fronteras, como a la vecina Italia, para comprobar los argumentos de la izquierda y de sus principales medios académicos en contra de un regionalismo diferenciado que trata simplemente de consagrar los privilegios de las zonas más desarrolladas del norte. Pero como los vientos del bienestar económico soplaban entonces a nuestro favor, nos seguimos empeñando en contemplar un mundo color rosa, donde todo iba bien y donde la única fuente de todos los males había sido el gobierno Aznar.

Mientras tanto, tampoco hemos querido tomar conciencia de las oportunidades que estábamos perdiendo: la oportunidad de apostar decididamente por las esferas locales como la nueva trinchera en la que se va a decidir el futuro del estado de bienestar; y es que, de tanto expandir las competencias autonómicas, no nos hemos dado cuenta de que al mismo tiempo estábamos estrangulando el circuito del poder local, hoy ya en estado casi comatoso. O la oportunidad de progresar decididamente hacia el plano de la denominada gobernanza multinivel, donde las distintas esferas institucionales (local, regional, estatal, europea) deberían ser capaces de integrar esfuerzos coordinadamente con un marco abierto de cooperación efectiva; cuando la realidad emergente es, por el contrario, la del reforzamiento del modelo reinos de taifas y el puro autismo institucional de cada uno a lo suyo. O incluso la oportunidad de avanzar en un horizonte colectivo de tipo cosmopolita y abierto, adecuado a las exigencias del universo globalizado; cuando la realidad cotidiana que nos empuja alternativamente hacia un provincialismo cateto con el apoyo de nuestros inefables medios audiovisuales.

Y por eso ahora ni contamos con esferas locales adecuadas para atender al nuevo tipo de servicios colectivos que necesitamos, ni estamos avanzando en pautas de gobernanza multinivel para desarrollar proyectos en clave de cooperación interinstitucional, ni conseguimos salir del provincialismo cateto y endocentrado en que nos hemos metido. Como en aquel momento no lo pensamos, como lo que importaba era asegurar la estabilidad de un gobierno precario, tras inclinar la balanza del lado territorial la dinámica subsiguiente fue la de una bola de nieve creciendo a velocidad acelerada.

Pero que a nadie se le ocurra ahora hablar de errores del pasado. Si hasta en la misma Bélgica están ya casi nosotros, más vale que nos consolemos con un mal de muchos. La única sorpresa es que algunos ahora se acuerden nada menos que de la Constitución: virgencita, cuesta abajo y sin frenos, que nos quedemos como estábamos. Pero con las vacaciones de verano ya no es tiempo de sufrir con tantos problemas: bastante tenemos con la crisis económica. Y seguro que al final nuestros gobernantes nos sacan del atolladero: los mismos que nos metieron en aquellos polvos de los que vinieron estos lodos. Todos felices a la playa, que el gobierno vela por nosotros.

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