HABLADURÍAS

Fernando Taboada

La otra lotería

SE quejaba un crítico del bajísimo nivel en el que han caído los premios culturales. Para demostrar que no hablaba por hablar, ponía como ejemplo las últimas medallas a las Bellas Artes concedidas por el Ministerio de Cultura. Ni le parecían tan artistas el torero Francisco Rivera Ordóñez ni Arzak -cocinero de profesión- y completaba la lista de personajes injustamente galardonados con nombres como el de Miguel Bosé, más cantante que otra cosa, o el de la actriz Pilar Bardem, a quienes, según deduje de sus quejidos, vienen grandes estas recompensas ministeriales.

Pero ¿qué esperaba el crítico? Los premios se inventaron para otorgarlos. Y si son premios a artistas, con más razón, pues los creadores son gente a la que le encanta colocar en el salón de casa todo tipo de placas y estatuillas. Vale que el caso de Francisco Rivera sea polémico (aunque, objeciones antitaurinas aparte, debemos reconocer que está entre los setecientos mejores diestros de las dos últimas décadas.) Y puede que el intérprete de canciones como Amante bandido -me refiero a Miguel Bosé- merezca una medalla de las Bellas Artes tanto como lo hubiera merecido en su época el Teatro Chino de Manolita Chen. Pero tampoco se puede acertar siempre. Lo que sin ningún género de dudas me parece excesivo es discutir la concesión de una medalla de estas a Juan Mari Arzak. ¿Cómo se atreve alguien a discutir todavía la relevancia que ha cobrado la gastronomía en el ámbito de la cultura? ¿Es que acudiría alguien a ver exposiciones de pintura si no repartieran esos canapés tan ricos que ponen el día de la inauguración? Cada cosa en su sitio. Las Bellas Artes hoy apenas tendrían predicamento si no fuera por la colaboración de los cocineros.

Se mire por donde se mire, la concesión de premios es básica para mantener la vida cultural. Si no tiene importancia para los premiados -que eso también estaría por ver- sí que la tiene, y mucha, para quienes, desde diputaciones provinciales, delegaciones municipales y consejerías otorgan estos galardones. Tal vez a García Márquez no le aportara mucho que le homenajearan ahora en Villafranca del Membrillo, pero ¿quién le quita al concejal de Villafranca del Membrillo, si tiene la brillante idea de reconocer hoy la trayectoria de García Márquez, el gusto de colgar en su despacho una foto estrechando la mano del autor de Cien años de soledad?

Además, esto no es nuevo. Cuando a Echegaray le concedieron el Nobel, hace más de un siglo, ya se habló de metedura de pata. Por ello, lejos de indignarse, habrá que celebrar esta circunstancia esperanzadora. Con tantos premios como hay, cualquiera tiene ocasión de ganar uno. ¿Acaso no es un aliciente saber que ya no hay que interpretar como Greta Garbo para ganar un óscar? Así que busquen bien en las páginas de Cultura, no sea que les hayan concedido el Cervantes, o un premio nacional de Artes Plásticas, y ustedes ahí, tan tranquilos, sin enterarse.

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