La Tribuna

Manuel Lozano Leyva, Catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla

La luz progresista

LAS necesidades básicas del género humano son la alimentación equilibrada, el vestido apropiado y la vivienda digna. El sustento de las tres es la energía, la cual se ha obtenido en el siglo XX por la combustión del carbón, el gas y el petróleo, completada con la producción hidráulica y nuclear de electricidad. En el siglo XXI no se podrá continuar con este paradigma por tres razones: el aumento desaforado de energía que exigen los países emergentes, la insoportable pérdida de independencia y soberanía que conllevan los combustibles fósiles actuales y la imposibilidad de que el planeta resista la agresión que éstos provocan. 

 

El cambio de modelo se está llevando a cabo de manera muy dispar, pero el caso de España es el más original de la Unión Europea y quizá del mundo. Por ejemplo, el 75% de la potencia termosolar instalada en el planeta está en nuestro país; el fracking, que está haciendo energéticamente independiente nada menos que a Estados Unidos, está vetado en algunas comunidades autónomas; la prospección de yacimientos petrolíferos se está vetando en otras; la energía nuclear no tiene visos de encontrar inversiones; etc. En positivo se puede decir que ha sido el país cuya red eléctrica ha sabido integrar de manera más inteligente la conexión de generadores intermitentes. 

 

Mantener estable una red nacional a la que se le han ido incorporando masivamente fuentes cambiantes en intervalos de minutos (eólica), de horas (solar) o de meses (hidráulica) ha sido una auténtica proeza técnica. Esta irrupción de las energías renovables en nuestro país, impulsada por la subvención más que por la investigación, lo ha llevado a un esperpento energético, con unas centrales de gas en ciclo combinado medio paralizadas por el respaldo a la intermitencia, unas primas insostenibles y un sistema de fijación de precios que ha causado una de las facturas de la luz más caras de Europa.

 

Las dos únicas estrategias energéticas de nuestro país las diseñaron la dictadura autárquica, basada en la hidroeléctrica, y la democracia incipiente, basada en la nuclear. El plan establecido por el ministro Abril Martorell contemplaba la construcción de trece centrales nucleares con veinte reactores. El ataque despiadado de ETA a la central de Lemóniz llevó a Felipe González a cometer, en palabras suyas actuales, el que considera mayor error de su gobierno: la moratoria nuclear. Para aparentar que no cedía a los terroristas, detuvo no sólo la construcción de la central atacada, Lemóniz, sino todas. El plan anterior nos hubiera llevado a una situación muy por debajo de la francesa, pero similar a la sueca y a la que se dirigen británicos y finlandeses, es decir, que habríamos producido la mitad de la electricidad por vía nuclear. Ello habría conllevado gran independencia (el uranio supone una pequeña parte de los costes de operación), estabilidad y abaratamiento progresivo de la electricidad además de posibilitar una implantación gradual y razonable de las fuentes alternativas. El plan se quedó a medias: seis centrales con nueve reactores. 

 

En época de alegría económica, el alborozado gobierno socialista de Zapatero estableció lo que parecía una nueva estrategia: las energías renovables. Las subvenciones eran tan increíblemente generosas que atrajeron a infinidad de fondos de inversión extranjeros así como al eufórico sector ladrillero, a los mayores terratenientes (la casa de Alba es quien más potencia fotovoltaica tiene instalada) y a las grandes empresas eléctricas. Esta era la luz progresista. Se llegó a tal dislate que las deudas y el precio de la electricidad se dispararon. 

 

El primer ministro del ramo que entendió el problema, Sebastián, (le habían precedido Clos, médico, y Montilla, sin profesión conocida) vaticinó que mientras más sol hiciera y más viento soplara más cara sería la electricidad. Entre todos pagamos el despropósito y sólo los antedichos se beneficiaron. Esos supuestos progresistas todavía sostienen airadamente y sin rubor que las renovables son de izquierdas contraponiéndolas a la nuclear que, "obviamente", es de derechas. Del carbón, el gas y el petróleo apenas hablan.

 

El sistema eléctrico español es tan incomprensible como la mecánica cuántica que, como les digo a mis alumnos, en broma, si a final de curso creen que la han entendido, es que no se las he explicado bien. Con la electricidad en España pasa lo mismo pero sin bromas. El ministro que intente arreglar el desaguisado, sea de derechas o de izquierdas, se volverá loco y lo máximo que conseguirá es enfadar a todo el mundo, lo cual quizá sea un indicio de racionalidad. El actual está en ello. 

 

Los que creemos firmemente que un futuro socialmente más igualitario y ambientalmente más saludable exige el desarrollo de la energía nuclear respaldando a las fuentes renovables basadas en el sol, estamos desalentados por la manipulación a la que someten la primera y el oportunismo demagógico con que se afrontan las segundas. Es lo que hay. 

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