Cuarto de muestras
Carmen Oteo
Otra vez
Postdata
NO es mi propósito el amargarles una mañana tan radiante. Hoy es día de rostros iluminados y de niños gozosamente nerviosos. Llegan los Reyes Magos y, por su milenario poder, un gigantesco cargamento de juguetes con el que intentar regalarle a los críos trocitos minúsculos de felicidad. Pero como toda moneda tiene su cruz, si para no engañarnos examinamos el coste real de tanta alegría, el cómo y el dónde se fabrica la mayor parte de cuanto ahora reciben, la historia acaba siendo bastante menos dulce e inocente.
Leo y veo un reportaje realizado por el fotógrafo alemán Michael Wolf sobre las durísimas condiciones en las que se trabaja en la industria juguetera china (no olviden que en ese país se produce el 75% de los juguetes del mundo) y la magia me abandona de inmediato. La investigación, realizada a instancias del National Labor Commitee (NLC), denuncia y documenta la situación de semiesclavitud de millones de obreros, principalmente mujeres y niños, que, a cambio de unos 185 euros al mes, se dejan la vida explotados por marcas, algunas verdaderamente renombradas, carentes de todo escrúpulo. Con jornadas de 15 horas durante los siete días de la semana, sin poder hablar ni ir al servicio durante el turno, mal alimentados por sus mismos empleadores, forzados a pernoctar en hoteles de la propia fábrica a razón de 14 trabajadores por habitación, contribuyen a engrandecer un imperio que, a poca conciencia que nos reste, tendría que avergonzarnos.
No es desde luego un descubrimiento. Lo que pasa en Shantou y Dongguan, centros neurálgicos de tan lucrativa actividad, ya viene revelándose desde hace años sin apreciable impacto.
¿Culpables? Pues miren, todos. Por supuesto las autoridades chinas que toleran tal ignominia. También, sin duda, las grandes multinacionales que, directamente o través de intermediarios, se benefician, y lo saben, del baratísimo sufrimiento ajeno. Y al cabo nosotros, usted y yo, que miramos para otro lado y adquirimos lo que conocemos se hizo sin respetar límite alguno.
Hoy es una fecha jubilosa, aunque no para todos. En nuestras manos, en eso que llaman el consumo responsable, está el que no vuelva a repetirse la infamia. Sólo de cada cual depende, al fin, que las sonrisas de sus hijos no sigan siendo robadas, que la ceguera y la indiferencia no le ganen y terminen convirtiéndole de nuevo en cómplice de tanta inhumanidad y de tanta avaricia.
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