Habladurías

Fernando / taboada

Los males anónimos

IGUAL que si fuera un ectoplasma. A veces se nos habla de la corrupción como si se tratara de un ente baboso que se infiltra en los despachos sigilosamente, atravesando las paredes y haciendo presa en las voluntades débiles de quienes ocupan esos despachos para infectarlos, sin que ellos puedan oponer resistencia, y convertirlos en títeres del Mal. Haciendo alarde de una gran capacidad para voltear tortillas, el presidente del Gobierno insiste últimamente en el daño que ha hecho la corrupción a su partido, dándonos a entender que la corrupción no es algo que se cometa, sino que más bien se padece, y que la auténtica víctima del pillaje no es la sociedad a la que se desvalija descaradamente, sino el propio aparato del partido, que queda fatal cuando cogen a algunos de sus miembros con las manos en la masa.

Esta singular manera de contar las cosas invita a creer que el corrupto es una especie de mártir, como lo eran los vampiros de segunda generación, que por sufrir el mordisco de otro vampiro veterano, dejaban de ser inocentes criaturas para alinearse con el equipo titular de los malvados. Un buen día sufres la picadura de la corrupción, te preguntas ante el espejo qué sensación tan rara será esa que te tiene como poseído, y de buenas a primeras te ves prevaricando a dos manos, colocando a familiares y amigos en cargos hechos a su medida, concediendo permisos de obras a lo loco y jurando, si hace falta, la Constitución en arameo.

El caso de Andalucía puede ser muy similar. Y ya no hablo de corrupción -que aquí la tenemos de calidad suprema- sino a esas otras lacras que aquejan a nuestra tierra y que ya se asumen como endémicas. Naturalmente hablo del desempleo, del analfabetismo, de la pobreza radical y de otras carencias que forman parte del paisaje sin que parezcan tener arreglo por ahora. ¿No se nos presentan como males anónimos también, de los que nadie tiene culpa y que son tan naturales que luchar contra ellos sería tan inútil como querer acabar con el levante en Tarifa?

Hemos aprendido ya a convivir con esos atrasos, como se aprende a vivir con 40 grados a la sombra cuando aprieta el verano. Pero a lo mejor esos males no son una fatalidad contra los que la única solución sea encogerse de hombros y esperar a que escampe.

Con todo, hoy -que es el Día de Andalucía- volveremos a escuchar discursos en los que se mezclarán las máximas de Séneca con el chorreo de las regaderas, en los que se pondrá de relieve ese orgullo enguatado de salir a la calle con la bata y los rulos, pero sin renunciar al arte de Picasso; barajando los versos de Cernuda con la receta del salmorejo, o la música de Falla con la barriga de atún. Y no es que esté de más mirarse el ombligo en fechas tan señaladas, pero ¿cuándo vamos a dejar de culpar de nuestros males a los espectros del pasado, al humo, a las cabañuelas o al destino? Algunos ya empezamos a cansarnos.

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