La columna

Pedro Sevilla Gómez

La maleta

MI Ayuntamiento tiene un eficiente servicio de recogida de enseres viejos o inservibles. Llamas por teléfono y un camión te recoge a domicilio los objetos náufragos, vencidos por el tiempo, orillados de nostalgias. Me llenan de ternura los frigoríficos roídos por el orín, las serviciales lavadoras, la madera tallada de otro siglo que la gente tira sin saber que está tirando el tiempo. La gente está medio loca y lo tira todo. Antes un hombre se honraba con una pelliza durante todos los inviernos de su vida; se compraba un terno y con él casaba a sus hijos, bautizaba a sus nietos y con él lo enterraban, que también a la eternidad hay que ir bien vestido. Un aparador de espejos veía transcurrir por su plata fría a generaciones enteras de muchachas, que iban depositando en él las fotografías de boda, los cartones de sus mejores sonrisas. Hoy nada dura, nada se retiene y por eso los Ayuntamientos tienen bien engrasada la burocracia y aleccionan a sus empleados para que no cejen, para que tiren la memoria a la basura. Sufro mucho viendo cómo la gente tira el tiempo, tira su biografía a la basura, y muchas mañanas me asomo a ver pasar el camión, como un ritual más de mis densos y luminosos veranos. El otro día vi al lado de mi casa, esperando al camión, una maleta desvencijada que me produjo una tristeza punzante, una honda y especial conmoción, y me acordé de Lola Gutiérrez, la fotógrafa del tiempo que en su velazqueña obra nos viene agavillando, no trozos de imágenes, sino la luz de esos instantes precisos que gracias a su cámara quedan eternizados, salvados, como en un poema. "Quiero quedarme siempre en la luz de este instante", escribe José Mateos, y eso es precisamente lo que persigue cualquier artista. Salvar el tiempo, salvar esa maleta, es lo que habría hecho Lola Gutiérrez con su cámara. Y es lo que yo trato de hacer aquí con esta prosa. La maleta tenía aspecto de haber sido de un emigrante, de haber andado en barracones laborales de los años sesenta, reconstruyendo una Europa devastada por la guerra. Aunque podía ser también de un viajero romántico. Me da igual. Se trata de salvar el tiempo, de atesorar el tiempo que guardaba en su desvencijado vacío y que ahora andará, sin más homenaje que esta humilde prosa, pudriéndose en las fosas comunes del vertedero municipal.

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