tribuna libre

José Babé Y Pilar Orihuela

La mantilla

HACE unos días, hablando sobre posibles temas sobre los que escribir un artículo, Pilar me sugirió el del uso de la mantilla, en Semana Santa. He de confesar mi extrañeza, ya que de este asunto poco o nada conocía. Como siempre ocurre en estos casos en que desconocemos sobre lo que tenemos que hablar, a mi mente vinieron cuatro ideas preconcebidas entre las que se encontraba el privilegio que tienen las reinas católicas, entre ellas la de España, de vestir de blanco, mantilla incluida, cuando visitan al Papa en el Vaticano.

A medida que fuimos investigando sobre el tema y escribiendo, mi idea, que no la de Pilar, cambió.

En este artículo, se recogen una mínima parte de nuestras anotaciones, más de Pilar que mías, para ser sincero, con la intención de dar a la mantilla el lugar que verdaderamente se merece. Contamos, eso sí, con la indulgencia de los lectores ya que lo que aquí se describe no aparece recogido en ningún manual sino que ha sido la costumbre, la tradición y los usos del lugar, como tantas otras cosas en protocolo, quienes han ido regulando la colocación y el uso de la mantilla.

Los orígenes de la mantilla no son muy claros. No se sabe exactamente de dónde proviene, para unos es un elemento con reminiscencias de nuestro pasado ibero. Así lo atestiguan los numerosos vestigios encontrados en la Península y se cree, por ejemplo, que un antecedente aparece en la Dama de Elche, la cual luce una especie de velo en la cabeza. Para otros, la mantilla es una evocación de los mantos que usaban las mujeres judías para cubrirse el pelo y los hombros, como signo de pudor y de austeridad.

En nuestra historia del arte, la mantilla tiene también su lugar y así Diego Velázquez en el cuadro la 'Dama con abanico' retrata a una noble, de misteriosa identidad, con los tres elementos característicos de la mujer española: los guantes, el rosario y la mantilla, de color negro, como signo de respeto o, incluso, duelo. Goya, otro de nuestros grandes, la pintó en numerosas ocasiones en sus cuadros más costumbristas.

La mantilla no pasa a ocupar un lugar importante en el vestuario femenino, hasta el siglo XIX. En este momento, la populariza Isabel II, con la cual se deja retratar en varias ocasiones. En esta época la mantilla adquiere una dimensión política y protagoniza la 'revolución de las mantillas'. Con ellas, las aristócratas madrileñas mostraron su españolidad y apoyo a la Casa de Borbón, frente a los Saboya.

Posteriormente, se sustituye la mantilla por la toquilla, para ir a misa los domingos. Aquélla es su evolución natural y viene a ser una especie de mantilla en pequeño formato, con forma triangular.

En el XX, el uso de la mantilla entra en decadencia. Se considera que su uso está pasado de moda. Son los años en los que se habla del 'gap' generacional entre padres e hijos. Es una época contestataria que se refleja también en una forma de vestir determinada. Frente al formalismo de los padres, se opone la informalidad de los hijos. Es, en definitiva, la oposición entre el 'usted' y el 'tú'.

Sin embargo, en este ambiente tan poco propicio, la mantilla renace con fuerza y recupera de nuevo el lugar que le corresponde. En este resurgir, sobre todo en lo que se refiere a su uso en la Semana Mayor, es de destacar la labor de jóvenes cofrades y distintas asociaciones que ya llevan años realizando actos de exaltación, e incluso pregones, a la mantilla con el fin de extender su uso y evitar que esta tradición se pueda perder.

Éste es el momento en que nos encontramos aunque se utiliza casi exclusivamente en los toros, en las bodas religiosas, en Semana Santa y en actos muy solemnes, aunque éstos son muy escasos (en su mayoría de carácter militar).

La mantilla se usará sólo en las bodas religiosas, no en las civiles, y se reserva exclusivamente a la madrina, a menos que en la invitación se pida a las invitadas que la luzcan, también. La madrina la llevará de color negro, aunque algunas más creativas han optado por otro color, y con traje corto o largo, según sea la boda por la mañana o por la tarde.

En los toros, aunque ya no es tan usual como antaño, la mantilla será de color blanco y se podrá adornar con flores.

El uso de la mantilla en Semana Santa difiere de los anteriores y sigue reglas más estrictas. Teniendo en cuenta el carácter especial de estas festividades, la mantilla se utiliza el Jueves Santo, en la visita a los monumentos eucarísticos y el Viernes Santo, en las procesiones. Se lleva con traje negro, de luto, en señal de duelo por la muerte de Nuestro Señor.

En consecuencia, y dada la austeridad que exige la ocasión, no se utiliza con flores, ni abalorios superfluos y se llevará con vestido y guantes negros, misal y rosario.

El traje ha de ser sobrio, sencillo, sin grandes escotes y, como es lógico, sin tirantes. En cuanto al largo de la falda, no debe superar la rodilla. Las medias deben ser negras lisas (ni opacas ni tupidas, ni con brillos, ni encajes o dibujos).

Por lo que respecta al zapato, se debe llevar también negro, cerrado o de salón, con un tacón medio (no más de 7 cm). Se acompaña con bolso de mano negro y rosario. Las joyas se procurará que sean de plata envejecida y las más habituales son una cadena con crucifijo, pendientes, rosario y broche para sujetar la mantilla.

En consonancia con todo lo anterior, el maquillaje debe ser sencillo y natural, al igual que la manicura. El peinado despejado de frente y rostro y siempre recogido.

Lo que acabamos de mencionar es un breve compendio de los usos más comunes de la mantilla. Cada región sigue sus propias reglas aunque, en general, todas siguen los principios aquí indicados, con ligeras diferencias. Por ejemplo, en Málaga, el Jueves Santo la mantilla cubre parte del pelo, mientras que en Viernes Santo tendrá que tapar todo el peinado, en señal de respeto.

Si hubiera que enumerar algo relevante en el vestir de la mujer española, sin lugar a dudas, la mantilla y la peineta ocupan el primer lugar.

Muchos erróneamente lo asocian al tópico vigente sobre nuestro país. Los que así piensan, desconocen que esta prenda ha ocupado y ocupa un importante lugar en nuestra historia artística y política y que la mujer española la utiliza y la ha utilizado como elemento reivindicativo de su carácter e independencia. Cada mantilla, al igual que los tartanes escoceses, es única y su carácter reside, precisamente, en su individualidad.

La mantilla la han utilizado reinas y plebeyas, jóvenes y ancianas, españolas y extranjeras a lo largo de los más de sus veinte siglos de existencia. Habrá momentos en que su uso habrá estado en decadencia, frente a otros de apogeo. Sin embargo, allá donde se utilice, allá donde se haga visible, será signo diferenciador de nuestro carácter y tradición.

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