Alto y claro
José Antonio Carrizosa
El desencanto
Desde este palquillo que ya va tomando forma en nuestra carrera oficial, no se me asusten ni sean mal pensados, porque hoy vengo a hablares de la cola, que como decía la copla...”Recógete la cola que te arrastra...”.
Según la RAE, que en vez de perder el tiempo en debatir de nuevo sobre el acento entre el solo y solamente, debiera mejor centrar sus esfuerzos en publicar un real decreto, bajo pena de castigos en galeras, en luchar contra las expresiones contemporáneas de “En plan, tipo o modo”. Según la RAE como les decía, la cola no es sino en unas de sus acepciones; dice o estructura de la parte posterior de los animales vertebrados y de otros animales·.
Pero de la cola de la que hoy les vengo a hablar, no es esta, sino más bien de ese otro apéndice que pende de nuestras túnicas y que sirve para amortajar el cuerpo de aquellos que se han de presentar al Padre revestidos de sus túnicas, en silencio y por el camino más corto.
Hay asuntos que han traído, traen y traerán cola, como el episodio de la Mortaja y las dimensiones de su paso, la dimisión del hermano mayor del Prendimiento a escasas semanas de plantar la cofradía en la calle. Dimisiones de priostes, la vuelta de los costaleros asalariados, o los chaparrones del pasado Lunes Santo... Asuntos que aun andan coleando y que como dirían los modernitos devotos de la cultura oriental, o aquellos que se desayunan las frases en los sobrecitos de azúcar de Pablo Coelo; “ ...A veces las ramas del árbol no nos permiten ver el bosque...”.
Teniendo en cuenta que la cola no deja de ser sólo un apéndice, importante, pero sólo un apéndice de nuestra túnica, tenemos que centrarnos en el todo y no sólo en una parte que conforma el todo.
Disculpen esta barata reflexión filosófica capirotera, pero hoy, hoy me lo pedía el cuerpo. Todo tiene solución en esta vida, que dice el refranero, todo menos la muerte, aunque ya sabemos los cristianos que tras la muerte nos viene la Vida con mayúsculas. Todo tiene arreglo, hasta un indeseable chaparrón en la calle. Por ello, una vez solucionado el problema, aquí paz y mañana gloria y a centrarnos de pleno en lo que verdaderamente merece la pena.
Dejémonos de mirarnos tanto las colas. Que si van al brazo, pasadas por las anillas del esparto, cogidas a la espalda o sueltas, como se hacía en la Semana Santa del Barroco, y pongamos los cinco sentidos mejor no en el apéndice, no en una parte, sino en el todo, y a buen seguro que todo nos irá mucho mejor.
Las colas que nos merecen la pena son las de los devotos que ansían besar los pies rotos de nuestros Cristos y las benditas manos de nuestras Dolorosas. Las colas que se forman para asistir a un concierto hasta completar aforo, para acabar abriendo de par en par las puertas de nuestros templos al respetable. Las colas en la tintorería para recoger nuestras túnicas en perfecto estado de revista. Colas para comprar nuestros capirotes, colas para retirar nuestras papeletas que otorgan sitio en la cofradía, colas a las puertas del consejo ante una demanda de palcos y sillas, colas para jurar nuestra fe en la función principal de instituto, colas para comulgar a Dios Sacramentado...
Así que dejemos de mirarnos las colas… Y Sobre todo, no nos pisemos las colas ni las capas sin remangar, porque entonces las caídas son inevitables y levantarnos, nos cuesta demasiado.
(*) Leído en Carrera Oficial- Cadena Cope
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