COMPETICIONES como la Copa del Rey, conocido como el torneo del k.o., ofrecen a todos los que participan en ella muchas posibilidades de éxito durante sus distintas fases. Esto provoca, aunque está claro que no siempre, que las sorpresas estén a la orden del día durante las semanas en las que toca jornada copera. Es difícil olvidarse del Alcorconazo, cuando el Real Madrid cayó de forma abultada en casa de un Alcorcón que eliminó a los madridistas de la Copa y seguramente por primera vez en su historia fuese el protagonista positivo de un periódico de tirada nacional. Y es que de vez en cuando un equipo de Segunda B puede colarse en la fiesta de sus amigos de Primera y dejarles claro que no hay rival fácil, que con ganas e ilusión se puede superar hasta al equipo con más trofeos de la historia. El Barcelona también lo ha sufrido alguna vez que otra años atrás. Para un conjunto de la categoría de bronce, pasar una ronda más de la esperada en la competición copera provoca orgullo, primero porque su afición puede tener la suerte de disfrutar en directo, en su propia localidad, de ver a sus grandes ídolos, y segundo porque los retos siempre sacan lo mejor de cada equipo. Jugar la Copa es un alivio, una desintoxicación mental de los problemas que sufre la Segunda B en gran parte de la geografía nacional, siendo una categoría que da la sensación de estar acercándose a su ocaso. Jugadores que no cobran, plantillas enteras que duermen en su vestuario (Villanueva) o equipos que desaparecen por motivos económicos (Poli Ejido), son sin duda las caras malas de los grupos que conforman esta competición que, como cualquier otra, tiene su lado bueno, tiene sus momentos brillantes. Sin ir más lejos, el Poli representó con honor a la categoría ante el todopoderoso Villarreal, y ahora el Mirandés, que aún no está descartado para estar en la final, lo hace ante el Athletic después de eliminar a varios equipos de primera. En Miranda del Ebro, la Segunda B demuestra que debemos hacer todo lo posible por mantenerla.