Se ha producido un momento icónico en el Congreso. La foto está dando la vuelta a Europa. El diputado Francisco José Contreras criticaba la millonaria partida presupuestaria para la sesgada memoria histórica, que sólo cuenta las víctimas de un lado y, entonces, se sacó del bolsillo de la chaqueta una cruz, que levantó desde la tribuna. Era la que llevaba al pecho su tío abuelo sacerdote cuando fue asesinado a hachazos en la retaguardia de la Guerra Civil.

Es difícil añadir nada a esa fotografía; y no vengo a hacerlo. Contreras afeó al Gobierno que pretendiese usar los muertos de 1936 para ganar votos en 2020. Y, aunque ese uso electoralista de la memoria histórica es evidente, no es toda la verdad. Cierto que la maniobra de deslegitimar moralmente a la derecha haciéndola culpable de cosas de hace ochenta años (mientras se cubre de olvido a ETA), produce pingües réditos políticos.

Pero hay otro aspecto de la memoria histórica que no conviene dejar en la penumbra de las subconsciencias. El interés tan vivo que tienen por los muertos de la Guerra Civil es, también, un afán de tener bajo control la memoria colectiva… futura. "Están muy interesados", como decía con mucha guasa Baudelaire de los pecadores que afirmaban que no existía el infierno.

A los gobernantes de ahora no les conviene nada que en el futuro podamos repasar su gestión de estas crisis sanitaria, económica, política y nacional superpuestas. Piensen ustedes cómo quedarían ellos (Cagancho en Almagro tuvo una tarde de gloria en comparación) si los historiadores hiciesen una comparación crítica de datos objetivos de crecimiento económico, de seguridad ciudadana, de satisfacción, de optimismo hacia el futuro, de nivel educativo, etc., con los gobiernos anteriores.

Al pasado lo usan para condicionar al presente, desde luego. Pero, además, se han liberado del muy sano temor al juicio de la Historia que han tenido los gobernantes de toda la vida. Han comprobado que pueden rehacer la historia a su gusto y conveniencia a golpe de ley. Que nosotros no pasemos por el aro de la memoria histórica es una forma de asegurarnos que el Gobierno sepa que, junto a la división de poderes, existe la división de los tiempos (pasado, presente y futuro) y que, cuando todos estemos calvos, incluido Iván Redondo, y ya no tengan los resortes de la demagogia, la publicidad institucional y los medios afines, la historia les juzgará.

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