Suele afirmarse que en el mundo protestante la mentira en el ejercicio de la política es lo peor, y que a quien se pilla en un renuncio está listo de papeles, defenestrado. Uno sospecha que este protestantismo tiene mucho de puritano y no tanto de moral, y para ilustrar la diferencia entre una y otra condición ética bien nos vale el ejemplo de Bill Clinton, que distinguió, al explicar públicamente -con gran contrición y no menor propósito de la enmienda- aquel episodio con Monica Lewinsky en el Despacho Oval, entre coyunda propiamente dicha y un sucedáneo oral de la misma. Cabe también recordar, ya con menos morro, a aquel ministro de Defensa alemán de abolengo -Karl-Theodor Von und Zu Guttenberg, eso es un nombre- le costó el cargo y le valió el oprobio público el no entrecomillar, con lo fácil que es, algunos párrafos tejidos por otra persona; apropiándoselos, pues.
Aquí no hace falta ni confesar en público de católicas maneras. Ya se sabe: se dicen los pecadillos, se pide perdón con micrófonos ("Lo siento, no volverá a ocurrir", dicho con rictus de máximo dolor de los pecados), y vámonos que nos vamos. En España, situada en la metaverdad digital y el tuit, a estas alturas se trata de "sostenella y no enmendalla". Sucede que en la política low cost vigente aquí no es la mentira en sí quien, una vez aflorada, te da el golletazo, compelido el trolero por la decencia o la dignidad. Ni siquiera son los enemigos quienes logran descabalgarte ante una opinión pública ya saturada de casos y casitos. Son "los nuestros" -recuerden a Cristina Cifuentes- quienes nos arrearán el leñazo trasero y certero: los correligionarios tienen los dossieres de mayor calidad y más comprometidos.
La gloria de internet y la hiperconectividad han logrado crear un mundo de fakes (literalmente, "falso", "falsedades") que, de manera geométrica, ha crecido y sometido al de las verdades, que no se sabe si están o si ya ni se las espera. Internet nos ha hecho, con razón, desconfiados y descreídos (todavía quedan legiones de cándidos crédulos, y también las hay formadas por pérfidos lobos de la red). La política no va a ser menos. Trascendiendo nuestra pequeña vida y nuestro marchito Estado, gobernado por políticos sospechosos, cerraremos esto de hoy con pregunta retórica que se hizo San Agustín hace unos 17 siglos: "¿Y qué son las bandas de ladrones, sino pequeños reinos?". Pero no, seamos menos oscuros; cerraremos con otra de Celtas Cortos: "Cuéntame un cuento y verás qué contento me voy a la cama y tengo dulces sueños".
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