CATAVINO DE PAPEL

Manuel Ríos Ruiz

Una merecida pleitesía a Maruja Mallo

A la pintora Ana María Gómez González, artísticamente Maruja Mallo, la conocimos allá en 1969, el Ateneo de Madrid, donde teníamos entonces la redacción de "La Estafeta Literaria". Nos la presentó Francisco Umbral. Recordamos muy bien la charla que mantuvimos los tres en la cafetería, acerca de la proliferación de galerías de arte que se empezaba a notar. Y a lo largo de los años coincidimos con Maruja Mallo en actos culturales, exposiciones y en el Café Gijón. Hablar con ella era un verdadero gusto, porque aunque no se estuviera siempre de acuerdo con sus opiniones, todas tenían un interés especial. Y nunca pasaba desapercibida por su vestimenta, su maquillaje y sus largos cigarrillos.

Maruja Mallo (Vivero, Lugo, 1902-Madrid, 1995), estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, perteneciendo a la misma promoción que Dalí. Y ha quedado en la historia del arte español contemporáneo como la pionera del modernismo. Ahora y hasta el cuatro de abril puede admirarse su obra en la madrileña Academia de Bellas Artes, en una exposición auspiciada por Caixa Galicia y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales. Una merecidísima pleitesía, sin lugar a dudas, y un gozo contemplar sus óleos, dibujos, fotografías, junto a documentos de la época.

Maruja Mallo, pionera también del feminismo, formó parte de la generación del veintisiete, siendo muy amiga de Dalí -que la consideraba "mitad ángel y mitad marisco", tal vez por ser gallega-, Rafael Alberti -que la recuerda en su libro 'La Arboleda perdida'-, Federico García Lorca y otros. También se relacionaba con Luis Buñuel y María Zambrano. Y se reveló artísticamente gracias a José Ortega y Gasset, que le publicaba sus dibujos en la "Revista de Occidente", donde se le organizaría la primera muestra de sus cuadros, despertando la atención de la crítica. Después viajó a París, donde contactó con el movimiento surrealista francés, que influyó en su quehacer gustoso, realizando la serie de obras titulada 'Cloacas y campanarios'. De regreso a España, cuando se enardece la Guerra Civil, Maruja Mallo se traslada a Portugal y luego a Argentina, desde donde viajan sus pinturas a salas de Brasil, Francia y Estados Unidos.

Asqueada del peronismo, vuelve a Madrid, en 1965, donde desarrolla su última etapa bajo la égida 'Los Moradores del Vacío'. Entre sus creaciones más sobresalientes destacan: 'La Verbena' y 'La huella' -de los años veinte-, 'Cabeza de mujer', 'Máscaras', 'Naturaleza viva', 'Racimo de uvas' -de los años cuarenta-, 'Oro' -de 1951-, 'Agol' -de 1969-, 'Geonauta' y 'Selvatro', de los años setenta. A Maruja Mallo se le otorgaron prestigiosos premios. Y de García Lorca es el siguiente elogio: "Maruja Mallo, entre 'Verbena' y 'Espantajo' toda la belleza del mundo cabe dentro del ojo, sus cuadros son los que he visto pintados con más imaginación, emoción y sensualidad". Volver a verlos es una gloria para los sentidos.

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