La ciudad y los días
Carlos Colón
Ministra fan, oposición Bartolo
La columna
Pocos pueblos pueden decir que su historia tiene un antes y un después debido a unas apariciones marianas. Ese es el caso de México, donde en el año 1531 se apareció a un indígena la Virgen de Guadalupe. Los hechos suceden apenas transcurridos diez años de la conquista española, cuando en aquella incipiente Nueva España, regida con mucho desatino por la Primera Real Audiencia, el pueblo indígena descubre en aquella imagen un mensaje, una señal que pasa desapercibida para los españoles pero que a los antiguos mexicanos les lleva a modificar sus hábitos y costumbres desde sus raíces más profundas. Nadie sospechó que una imagen fuera a influir de manera tan rotunda en las creencias de un pueblo tan aferrado a su tradición, pero a partir de 1532 los indígenas mexicanos tan renuentes a abrazar una nueva religión que no significaba nada para ellos, acuden en masa a solicitar el bautismo lográndose en siete años nueve millones de conversiones.
Pocas apariciones han sido tan controvertidas como éstas. Se han escrito ríos de tinta a favor y en contra, se ha cuestionado su veracidad y hasta la existencia del indígena vidente, pero la realidad nos habla de que algo ocurrió en aquellas tierras casi recién descubiertas. Algo que encierra un misterio, tal vez un milagro que dejó atónitos a los protagonistas del llamado Acontecimiento Guadalupano. Para dar más luz a lo ocurrido, en 1981 se formó una Comisión Histórica para la canonización de san Juan Diego presidida por Monseñor Eduardo Chávez Sánchez, abriéndose así una línea de investigación donde se ha recurrido a más de tres mil fuentes tanto indígenas, como mestizas y españolas. Ha sido un trabajo extenuante, pero las conclusiones sobre lo que vieron los indígenas mexicanos en aquella imagen resultan asombrosas. Es una historia apasionante que aún no termina y que el próximo martes 30 a las 19:30 horas tendré el honor de explicar en una conferencia en la Real Academia de San Dionisio de Jerez.
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