La moción

En esta legislatura parece que cada cual ha querido aprovechar el tumulto en beneficio propio

No parece que la moción de censura, presentada por Vox, vaya a servir de mucho, salvo para ilustrarnos sobre las desavenencias de la oposición, mientras el Gobierno se aburre en la bancada azul y acusa al adversario de frívolo e inconsecuente. En esta vertiginosa legislatura, lacerada ominosamente por la pandemia, parece que cada cual ha querido aprovechar el tumulto en beneficio propio, de modo que el Gobierno ha suscitado la cuestión de la Corona y la separación de poderes, mientras que los chicos de Vox le quieren madrugar el sitio al joven Casado, cuya disposición parece ser la de excusarse y no dar ruido, no tanto para que no se ofenda el señor Sánchez, que también, sino para ofrecerse -con poco rédito, a la verdad-, como futuro hombre de Estado.

En este sentido, la moción no deja de ser una grave e injustificada pérdida de tiempo, mientras que el hostigamiento a la Corona o la reforma de la Justicia son irresponsabilidades de la mayor importancia, cuyo eco ha llegado ya a los oídos de la UE, en el caso de la Justicia, pero cuyos frutos sociales no son sino el malestar, la incertidumbre y el miedo. No caben muchas dudas sobre la capacidad de Sánchez para salir indemne de la moción, dada su imperturbable naturaleza política y el nulo aprecio por el rigor mostrado en los últimos meses. Por otra parte, es probable que el señor Sánchez, como dice la oposición, no sepa hacer su trabajo; y en, menor grado, en un lance como el que nos aflige. No obstante, hay algo que Sánchez sí sabe hacer irreprochablemente: sabe recriminar al adversario sus propios desaciertos y responsabilidades -los de Sánchez-. De modo que, pasada la moción de censura, nos hallaremos en pleno debate sobre las culpas del señor Casado, mientras que el señor Sánchez acaso vuelva a felicitarse, ya en la intimidad monclovita, por su notable gestión de la pandemia.

Entre tanto, seguiremos o no con los presupuestos del señor Montoro, dependiendo de si hay acuerdo entre ambas alas del Gobierno sobre el IRPF de los tramos altos. Lo cual quizá no rinda mucho a las arcas del Tesoro, pero tal vez recupere algún votante decepcionado por el estrepitoso aburguesamiento de don Pablo. A diferencia del señor Casado, don Pablo Iglesias cabalga las contradicciones con notable audacia, de modo que lo que es imperdonable para los demás, para él no es sino un timbre de gloria. A no mucho tardar, don Pablo amonestará a la oposición, como un profeta encolerizado y trémulo, por el desastre del Covid.

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