Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

El momento conservador

Como sabe cualquiera que ame a John Ford, el conservadurismo puede ser de izquierdas o puede serlo de derechas

El hombre no tiene naturaleza sino historia. Esta sentencia, como es sabido, es una de las más célebres de Ortega. Sintética, apodíctica, conclusiva, representa bien el estilo intelectual del filósofo. Ortega asalta primero tu memoria con enunciados sonoros y estéticos que luego, con el tiempo, desvelan ante una determinada realidad su significado pleno. Así, creo que la frase de Ortega permite un cambio de sujeto. Podemos sustituir el hombre por los españoles y la frase sigue siendo luminosa y también liberadora, pues nos estaría diciendo que nada tenemos de esencial, y que nos vamos haciendo conforme al azar de nuestra historia. A este respecto, nuestra historia reciente es un tiempo saturado de acontecimientos económicos, sanitarios, o políticos… que insisten en recordarnos la fragilidad de lo que pensábamos sólido. A todos ellos se superpone una inédita circunstancia tecnológica en la que el gobierno del algoritmo, la condición posmoderna, amenaza con difuminar la diferencia entre una persona y un dato. Este escenario se interpreta, con razón, como una ventana de oportunidad para el populismo de cualquier signo. Los réditos electorales que han obtenido discursos que apelaban al asalto a los cielos, impugnando las bases de nuestro pacto constitucional, o el que hoy obtiene la cofradía viril del Tercio de Flandes, se cimientan en una hábil lectura del tiempo histórico y su circunstancia tecnológica. No estaría, en principio, la vida nacional para sutilezas, y la clave del éxito se encontraría en situar el discurso en términos disyuntivos y radicales, comunismo o libertad, digamos.

En cualquier caso, una vez comprobado que la fragilidad ha venido para quedarse no es de extrañar que, paulatinamente, el mesianismo político vaya perdiendo atractivo respecto a un pragmatismo conservador empeñado en asumir la tarea de que nuestro mundo no se deshaga. Posee el conservadurismo, en este sentido, una virtud excepcional y es que no es en sí mismo un dogma sino una actitud, y es ahí donde el potencial de su transversalidad es inmenso. Como sabe cualquiera que ame a John Ford, el conservadurismo puede ser de izquierdas o puede serlo de derechas. No hay en él ninguna promesa utópica ni reaccionaria, sino el compromiso básico de que, en cualquier caso, podremos identificarnos como comunidad y no perderemos aquello que, por experiencia, sabemos que es bueno. Algo de esto, creo, determina el ambiente del momento electoral andaluz.

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