La esquina

josé / aguilar

El moro difamado

UN príncipe saudí ha demandado a la revista Forbes por algo que jamás provocaría la demanda de un rico occidental: por haberle atribuido una riqueza inferior a la real. Es insólito, en efecto, que alguien proteste -y menos, en los tribunales- porque digan que tiene menos fortuna que la que tiene.

La revista es famosa porque una vez al año publica una estadística que despierta la máxima curiosidad en todo el mundo, en especial de los amantes del cotilleo, las comparaciones y otros comentarios inocuos. Se trata de la lista de los hombres más ricos del planeta, en cuyos primeros sitiales se sientan los Gates, Slim, Soros y otros magnates del capitalismo avanzado.

La lista de marzo pasado situó al príncipe Alwaleed ben Talai en el puesto 26 de los individuos más ricos, atribuyéndole una fortuna de 15.080 millones de euros. Craso error: su fortuna asciende a 22.600 millones. Lo han empobrecido nada menos que en un tercio. De ahí su demanda, que se ha presentado en el Tribunal Superior de Londres y que va dirigida contra el director y dos periodistas de Forbes.

Este Alwaleed no es precisamente alguien al que en nuestro imaginario racista consideraríamos un moro de mierda, viajero de patera o vendedor ambulante, sino lo que los periódicos definen como un inversor árabe. De hecho, controla un fondo de inversión a través del cual maneja importantes participaciones en compañías como Apple, Twiter y News Corporation y es el dueño del hotel Savoy de Londres y el Plaza de Nueva York (dos pensiones de mala muerte, vamos). Es conocido por su extravagante estilo de vida, resumido en la instalación de un trono de oro en el centro del avión en el que viaja.

También hay extravagancia en la demanda que ha presentado contra Forbes. Es una demanda por libelo. Por difamación. O sea, que el tío se siente denigrado porque lo han rebajado al lugar número 26 de riqueza individual en el mundo. Nuestros ricos de verdad se esfuerzan por pasar desapercibidos -no sé si por buen gusto, por rehuir a Hacienda o por no provocar a la gente-, y sólo los nuevos ricos aparatosos y probablemente efímeros son propensos a la apariencia, la ostentación y el derroche.

Lo mismo que este rico podrido saudí que, sentado sobre un manantial de petróleo y con la Meca a mano, no es que presuma de patrimonio, es que estima infamante que alguien subestime su capital. Es capaz de pedirle a Forbes daños y perjuicios.

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