La mota castral

Importa conocer esta táctica para que no nos hagan la envolvente enlas legítimas discusiones

Como soy medievalizante, fue oír que existía una herramienta retórica llamada "la falacia de la mota castral" y aguzar los oídos. La mota castral era una construcción defensiva que les sonará de las películas. Se tiene un castro o aldea, con todas sus explotaciones agrícolas, ganaderas y artesanales, rodeada de una débil empalizada si acaso, y, en un extremo elevado, hay una mota o torre prácticamente inexpugnable. En tiempos de paz, los aldeanos explotan sus tierras y producen bienes para todos. En caso de ataque, abandonan el castro y se refugian en la mota. Una vez repelidos o aburridos los atacantes, se vuelve al tajo.

¿Cómo se aplica esta falacia? Con una metáfora que roza lo literal. Uno tiene una idea inexpugnable que nadie osaría ni siquiera discutir. Por ejemplo, que los hombres y las mujeres somos iguales en dignidad y ante la ley. Pero, a partir de esa torre, uno empieza a expandirse con ideas cada vez más alejadas del principio original, como las cuotas o la culpabilización del varón o, más allá, incluso, la teoría transgénero. Cuando alguien osa discutir esas últimas cosas, rápidamente se busca refugio en el castillo de la igualdad, que es (y es estupendo que así sea) inexpugnable.

Es muy interesante conocer la táctica para que no nos hagan la envolvente en las legítimas discusiones. Eso nos permitirá explicar que uno no quiere derruir la mota, sino defenderla. Pero que tiene serias dudas sobre el castro y sus aledaños; y que es legítimo discutirlo y puede ser beneficioso.

Lo del feminismo lo traigo como ejemplo inflamable. Porque yo venía a denunciar un caso mucho más evidente: los impuestos. Uno protesta del carácter confiscatorio que tienen y que crece por instantes. Y el defensor del expolio corre rápidamente a la mota y te habla de que hay que pagar la Sanidad y la Educación. ¡Claro que sí! digo yo; que ya me sé la estrategia de la falacia. Y también el Ejército, la policía, la judicatura y las embajadas. Pero la presión impositiva paga muchas cosas más, pillines: como lo que pillan los políticos, los chiringuitos, las subvenciones a los artistas afines, las ayudas a países escasamente democráticos, los hoteles y los viajes de los inmigrantes ilegales, etc. Con que nos rebajasen los impuestos en la medida de tantísimo gasto innecesario y nos dejasen la torre de un Estado austero y eficiente, ya nos dábamos nosotros con un canto en los dientes.

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