Entre paréntesis

Rafael Navas

rnavas@diariodejerez.com

Como motos en garaje

Este artículo tendría que estar escribiéndolo con el ruido de las motos pasando en caravana por la Rotonda de los Casinos, quemando goma y haciendo sonar los cláxones, como así ha sido desde hace 34 años. Y usted debería estar leyéndolo más o menos de la misma manera, entre acelerones y algún caballito pasando a su lado camino del quiosco. Pero, por mucho que nos hayamos hecho el cuerpo, se sigue haciendo raro este silencio en el que es el domingo más ruidoso de todo el año. O ver la carretera de Arcos vacía, el enorme aparcamiento del Circuito vacío, como los bolsillos de tantos empresarios, grandes y pequeños, y empleados que este año no van a ver un céntimo de un evento que desde hace décadas ayuda a sostener las economías de muchas familias. Nos tenemos que conformar con ver a algunos pilotos compitiendo en un videojuego que es una metáfora de nuestro tiempo de confinamiento en un mundo globalizado.

Y claro que hay cosas mucho peores que perder un año de rugidos, negocio y adrenalina para quien disfrutan del Gran Premio de España en el circuito jerezano y en sus localidades aledañas. Sólo hay que echar un vistazo a las frías y crueles estadísticas que se cuelan en nuestras casas cada mañana y que nos ponen los pies en el suelo. Y lo peor es que, cincuenta días después de decretarse el estado de alarma, que se dice pronto, cincuenta días, no se ve nada claro el horizonte porque quienes nos lo pintan a diario dan tantos bandazos y demuestran tanta inseguridad como desconocimiento.

Sólo hay que echar un vistazo a los balcones, donde el cansancio y la desconfianza se han apoderado de muchos de los entusiastas animadores, o poner el oído a las ocho de la tarde, con aplausos que en muchas zonas han sido sustituidos si no por el ruido de las cacerolas por algo aún peor como es el silencio de la indiferencia y la desgana. Se anuncian fases de desescalada en las que quedan abiertas infinidad de preguntas, imposibles de aplicar de forma genérica en un país que sufre de forma diferente la crisis sanitaria y que tiene diecisiete gobiernos autonómicos gobernados por fuerzas políticas diferentes y con sistemas de salud distintos. La incertidumbre reinante en torno al desconfinamiento y a lo que vendrá después es síntoma de un creciente desapego a una clase política que no ha sabido estar a la altura.

Pero volvamos a las motos, aunque sea para reconocer y valorar lo que aún tenemos, como ese circuito que tantas personas ayudaron a construir, empezando por los propios contribuyentes jerezanos. Personas como Joaquín Marín, que se nos fue esta semana. El hombre que de una humilde venta levantó el Mesón Hotel La Cueva junto al circuito de velocidad, por el que ha pasado en las últimas tres décadas lo más granado del mundo del motor a nivel mundial. Joaquín no pasará hoy por la pena de ver vacío este domingo el lugar con el que tanto soñó y al que tanto aportó.

Las motos, como las personas en las casas, duermen ahora en los garajes, esperando despertar de esta pesadilla real y volver a correr. Y no sólo de 6 a 10. Hoy, a falta de ruido, letras: ¡Brrrum, brrrum!

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