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HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Las neuronas del odio

SI ayer escribí sobre el inquietante racismo biológico, hoy he visto un mapa del cerebro humano donde se señala el circuito neuronal del odio. Tanto uno como otro están en nosotros de manera natural, por evolución y adaptación, como instinto defensivo. La educación y la cultura logran suavizarlos tras tareas laboriosas, pero erradicarlos se tiene, de momento, por imposible. Estamos en el mundo sorteando peligros y acechanzas como en la Subida del Monte Carmelo, de san Juan de la Cruz: "El demonio (…) puede añadir formas, noticias y discursos, y por medio de ellos afectar el alma con soberbia, avaricia, ira, envidia, etc., y poner odio injusto, amor vano, y engañar de muchas maneras…" Los neurobiólogos del University College de Londres han encontrado nuestros demonios particulares en el cerebro de cada uno de los 17 voluntarios que han colaborado en un experimento.

Han cogido a diez hombres y siete mujeres y los han sometido a una resonancia magnética mientras veían imágenes de gente odiada, facilitadas por los propios voluntarios, mezcladas con otras neutrales. Aunque ya lo sabíamos, los sentimientos del odio y del amor no son iguales, pero se generan en la misma zona del cerebro: el putamen, central, y la ínsula, lateral. Como el racismo, el odio y el amor romántico son sentimientos biológicos que permiten al hombre permanecer alerta para la defensa o la agresión, incluso para el heroísmo. La curiosa diferencia entre el amor y el odio, terribles ambos, es que el primero desactiva las zonas del cerebro encargadas del raciocinio y el buen juicio, y, el segundo, no: quien odia no pierde el juicio ni la capacidad de razonar con orden, pues necesita planear bien las acciones para destruir al odiado. Con todo, señalan, el amor romántico es otra fuente de agresividad.

El profesor Zemir Zeki ha coordinado el equipo e informado de las conclusiones de la investigación y, aunque conocer los entresijos del alma humana es muy conveniente para elaborar normas jurídicas y códigos morales, deja a una discusión futura intervenir en el cerebro para erradicar sentimientos peligrosos, causa de dolor, violencia y sufrimiento, altruismo y vileza: "Ahora sabemos más del sistema que regula el odio. Pero si es ético o biológicamente deseable interferir en las emociones básicas humanas es otra cuestión que la sociedad tendrá que debatir en su momento." Dios no lo permita. La humanidad se convertiría es una especie artificial. Sólo extirparían el odio los cobardes y los pusilánimes, dejando impunes las malas acciones de sus congéneres y maltrecha la propia dignidad. Léanse Las siete columnas, de Wenceslao Fernández Flórez, y verán a qué extremos desastrosos de miseria y deshumanización se llega cuando el demonio, con permiso divino, suprime los siete pecados capitales.

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