PASADOS los primeros momentos de alarmismo y a la vista del desarrollo de los acontecimientos, cabe resaltar que el virus H1N1, surgido en México, va a provocar una pandemia en buena parte del planeta, incluyendo Europa, donde se calcula que afectará a miles de personas, pero que la enfermedad no tendrá, ni de lejos, las connotaciones apocalípticas que el miedo colectivo ha ido generando. Sus efectos, a tenor de lo que se conoce, van a ser leves, siempre en función de la respuesta de las autoridades sanitarias y de los niveles asistenciales de cada país. Si bien se mira, el número de personas que han fallecido o se encuentran infectadas por el virus, incluso el de las que están siendo sometidas a pruebas para detectar su posible exposición al mal, es enormemente escaso en relación con enfermedades corrientes que se padecen cada año (sin ir más lejos, la gripe común se cobra más de tres mil bajas mortales cada año sólo en España). Lo que ocurre es que el recuerdo histórico de epidemias masivas que en el pasado, cuando ni siquiera se conocían los antibióticos, masacraron a la humanidad, la globalización creciente que facilita los contactos y los intercambios -también de virus y bacterias- y la aparatosidad de algunas medidas iniciadas en el país de origen de la pandemia se han coaligado para crear una situación de alarma que, repetimos, parece injustificada, mientras que sí se justifica plenamente la alerta decretada en la comunidad internacional. Por lo pronto, la Organización Mundial de la Salud se ha encargado de rebautizar la enfermedad de modo más adecuado a su naturaleza, llamándola gripe H1N1, gripe A o gripe H1 ,en vez de gripe porcina, que inducía a pensar que se contrae a través de la ingesta de carne de cerdo, lo que está lejos de la realidad. El Ministerio de Sanidad español, por su parte, ha preferido llamarla nueva gripe, rehuyendo también la anómala denominación inicial. Por el momento, la actuación de las autoridades sanitarias está siendo correcta, informando a la población, aplicando los protocolos previstos en cada caso y manteniendo la necesaria coordinación entre la Administración Central y las autonomías que disponen de las competencias en materia de salud. Se cuenta, igualmente, con reservas antivirales que pueden ser útiles en tanto se fabrica y se distribuye, dentro de unos meses, la vacuna más apropiada en esta ocasión. Si los ciudadanos colaboran no hay motivo para asustarse en un caso en que la palabra, pandemia, sugiere más temores de los precisos.

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