La esquina
José Aguilar
Una querella por la sanidad
En tránsito
AHORA que empezamos un nuevo año, me pregunto si la clase política -Gobierno y oposición- va a enterarse por fin de la calamitosa realidad en la que vivimos los ciudadanos. Estamos sufriendo los efectos de una guerra real en términos de sacrificios económicos y costes sociales y desmantelamiento de servicios públicos, pero se nos quiere hacer creer que todo es un videojuego sin apenas consecuencias en nuestras vidas. Estamos asistiendo a la desaparición de un modelo de sociedad en el que habíamos aprendido a vivir y en el que todos más o menos nos sentíamos cómodos -y en el que también habíamos aprendido a orientarnos a través de las diversas circunstancias de la vida-, pero se nos quiere hacer creer que no está pasando nada: nada grave, nada serio, nada irreparable. Y se nos están imponiendo sacrificios impensables para cualquiera que haya conocido el estado de ánimo colectivo de los últimos veinte años -un estado de confianza y esperanza y tranquilidad-, haciéndonos creer que sólo estamos protagonizando un ambicioso programa de reformas que nos van a permitir vivir mucho mejor… el día del Juicio Final.
La desmoralización, la sensación de estafa, la rabia, el desconcierto, la cólera ciega, están extendiéndose por todas partes. Mariano Rajoy es sin duda un hombre sensato, pero también es un hombre pusilánime y falto de capacidad de liderazgo que no tiene aptitudes para dirigir un país que está atravesando una economía de guerra. En mayo de 1940, tras la derrota en Dunquerque y la invasión nazi de Francia, el apocado Neville Chamberlain tuvo que dimitir y Winston Churchill ocupó el cargo de primer ministro de Inglaterra, con un Gobierno de coalición nacional (con conservadores, laboristas e independientes) y un firme programa de resistencia a toda costa ante los nazis.
Y esto es lo que nos hace falta ahora en España: un programa de gobierno que no se concentre en ridículos cálculos electorales a corto plazo, sino en unir al mayor número posible de ciudadanos en unos mínimos objetivos comunes, como salvar puestos de trabajo, mantener la sanidad pública, reformar el sistema educativo con criterios racionales (y no partidistas) y elevar la moral ciudadana con una serie de medidas que justifiquen los sacrificios que estamos viviendo: por ejemplo, el enjuiciamiento a los responsables de las quiebras en las cajas de ahorros. Si queremos salir del agujero negro, esto es lo único que nos permitiría albergar un mínimo de esperanza.
También te puede interesar
La esquina
José Aguilar
Una querella por la sanidad
Cuarto de muestras
Carmen Oteo
Otra vez
El microscopio
La Moncloíta, ¿y ahora qué?
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Nada más distinto que dos hermanos
Lo último