Un nuevo totalitarismo

Todos los dictadores del siglo XX se empeñaron en convertir el lenguaje en una maquinaria ideológica a su servicio

Ayer mismo, en un programa televisivo con muchísima audiencia, la presentadora se preguntaba indignada cómo era posible que el Diccionario de la Academia no pudiera hacer que las palabras estuvieran libres de todo rastro de machismo. "¿Por qué, vamos a ver, por qué?", gimoteaba ante las cámaras. Uno de los contertulios tuvo que recordarle que el diccionario no prescribe cuál debe ser el significado de las palabras, sino que simplemente define cómo son, con independencia de las connotaciones positivas o negativas que puedan tener esas palabras. Es decir, que si la gente de la calle usa palabras que tienen una connotación machista, el diccionario está obligado a recogerlas. Y es que ésa es justamente su misión: un diccionario no prescribe un uso determinado del lenguaje, sino que simplemente nos define cómo es.

Inadvertidamente, esa presentadora ha expresado uno de los rasgos distintivos de nuestra época, esa obsesión por controlar el significado de las palabras y por imponérselo a los demás. ¿Ya nos hemos olvidado de que ése es uno de los rasgos característicos de todos los regímenes totalitarios? Basta repasar la historia del siglo XX para comprobar que todos los dictadores -desde Mussolini a Franco y desde Hitler a Stalin- se empeñaron en controlar el sentido de las palabras para convertir el lenguaje en una portentosa maquinaria ideológica al servicio de sus intereses. Y ahora resulta que nosotros, ciudadanos libres que viven en sociedades libres, nos pasamos la vida reclamando hacer lo mismo que hicieron en el pasado los personajes más siniestros del siglo XX.

Resulta inquietante que estemos empezando a considerar adecuado que un simple diccionario no sea un documento de consulta, sino una especie de código jurídico destinado a imponer el sentido recto que deben tener las palabras. Y lo mismo ocurre con las informaciones periodísticas, los temarios educativos o las versiones de la Historia que se enseñan en los centros de enseñanza: todo el mundo parece convencido de que se debe imponer su modelo sobre los demás, olvidando que una sociedad abierta no puede imponer jamás un único modelo de pensamiento. Sin que nos demos cuenta, estamos incubando el peligroso virus del totalitarismo. En Cataluña ya está pasando. Y nosotros parecemos seguir el mismo camino.

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