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Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

El obispo de Jerez y el verso de Gerardo Diego

Monseñor don José Rico Pavés cultiva un verbo que nunca es voz en grito.

Monseñor don José Rico Pavés cultiva un verbo que nunca es voz en grito.

A tiro hecho, al grano, al nudo gordiano sin paliques ni pábulos. Sin dar palos de ciego, sin matar mosquitos a cañonazos, sin irse por las ramas, sin sudar el disfraz del capitán Araña. Aquila non capit muscas. En efecto el águila no caza moscas. ¿A qué ton apostar infructuosamente, a la pata la llana, por la estéril pérdida de tiempo? ¿Por el arbitraje de la ambigüedad? Sí: perder el tiempo es un mal omnipresente que nos despoja de la -milagrosa- riqueza del ser. El hombre inteligente no malgasta sus horas en volátiles nimiedades. El hombre inteligente enseguida deslinda lo esencial de lo accidental. El hombre inteligente siempre aborda la harina de este costal y mide con precisión poética la economía de un razonamiento también trascendente. El hombre inteligente apuesta doble contra sencillo a favor del determinismo. De la acción desprovista de medianías. Del mensaje limpio de hojarascas.

Quien posee la auctoritas de una intelectualidad contundente no precisa jamás de ninguna demostración pro domo sua. Sírvanos aquí la mixtura de la eficacia comunicacional y la envergadura cultural -que calza en idénticas proporciones con una bonísima humildad innata- de nuestro obispo don José Rico Pavés. Este obispo nos ha caído del cielo. Culto, dialogante, cercano. Escucha, analiza, contrasta y resuelve. Determina. Sabe adelantarse, relativiza todo ringorrango y coloca el foco en el quid de la cuestión. No se deja llevar ni influenciar a las primeras de cambio porque posee aquello que brilla por su ausencia en estas calendas -no griegas- y que sin embargo campea, a modo de título, en la portada de una de las obras más notables y harto recomendables del hoy cuasi olvidado Jaime Balmes: ‘El criterio’. Quien maneja criterio, acierta sobremanera.

Cuando oigo y escucho y meto mi atención de hoz y coz en los adentros de la palabra de don José, enseguida me retrotraigo a los primeros renglones de un librito balsámico que cierto día encontré en una librería de lance -léase ‘Para pensar el Evangelio’ del sacerdote jesuita Andrés M. Sevilla- que textualmente comienza así: “Este no es un libro importante. Lo importante es el Evangelio. Lo importante es Jesucristo. Estas páginas no importan; pero quieren señalarte a Jesucristo en los Evangelios. Llevarte hasta Él para que le conozcas y te entiendas bien con el Señor”. La oratoria de nuestro obispo tiene algo de metafórica multiplicación de los panes, con ecos de resonancia espiritual que también ejerce el efecto multiplicador de un impacto interior capaz de zarandear las conciencias. Todo sea por la finalidad didáctica -evangelizadora- del verbo. Del verbo que nada engríe, del verbo que no alza ninguna estridencia, del verbo que nunca es voz en grito.

Don José -sencillo de condición- a veces me concatena con el método de la paráfrasis explicativa que San Juan de la Cruz usó en la escritura de ‘Cántico espiritual’ como engranaje formal para adaptar la estructura de un poema -de un pensamiento- al esquema del itinerario místico. Este pasado viernes, en una prodigiosa ponencia que alguna mente preclara no dudó en definir como “magistral: el Evangelio cofrade cuyo final es para estar proyectándolo constantemente en las Casas de Hermandad”, don José Rico evidenció de nuevo el alcance cum laude de su oratoria: deslumbró sin folios de por medio y disertando -con ordenamiento mental de diagramas cartesianos- a propósito del papel de las Hermandades en nuestra actual época post-pandémica. De haber estado vivo y presente el periodista y sacerdote José Luis Martín Descalzo, para mí tengo que hubiese escrito de sopetón otro nuevo artículo de su magno tomo compilatorio ‘Razones’ -que suma y agrupa sus libros ‘Razones para la esperanza’, ‘Razones para la alegría’, ‘Razones para el amor’, ‘Razones para vivir’ y ‘Razones desde la otra orilla’-. ¡Fijaros si tenemos motivos -¡razones!- para muestro contento! Muchas gracias, don José, por cuanto usted nos da. Y, entrecomillando un verso de Gerardo Diego y atreviéndome ahora al tuteo, gracias también por considerarnos “hijos del espíritu, creados por tu mente, tu corazón de oro y tu fonética”.

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